¿Quién no reconoce la flor del ababol, llamada también amapola en otras partes de España? Cada primavera salpica de color rojo los bordes de las carreteras, algunos campos y eriales. Pero los más observadores también sabréis que no todas son iguales. De esto vamos a hablar hoy, de los diferentes tipos de ababoles que tenemos por aquí en el valle del Ebro y en Aragón. Para ello nos va a ser de ayuda recordar cómo decidieron los naturalistas del siglo XIX nombrar a los seres vivos. Les dieron nombres en latín. Por ejemplo, al ababol común lo llamaron Papaver rhoeas. El primer nombre es el género, el segundo, la especie. Como las personas somos Homo sapiens, así el ababol es Papaver rhoeas. “Rhoeas” se refiere al color rojo de sus pétalos (del latín).
Ababol (Papaver rhoeas) en flor
Muchos conoceréis el juego “pollito, gallina o gallo”, en el que se trata de abrir capullos de ababoles todavía cerrados y de adivinar su color. Si los pétalos todavía son muy inmaduros, su color dentro del capullo será blanco y diremos que es un “pollito”; si están algo más maduros, serán de color rosa y lo llamaremos “gallina”; si ya está bien formada la flor y le falta poco para desplegarse, los pétalos serán rojos y lo llamaremos “gallo”. Pero en todos los casos, las flores de Papaver rhoeas son de color rojo cuando se despliegan, con cuatro grandes pétalos. Hay dos, los exteriores, que recubren parcialmente los otros dos. Si os fijáis, algunas flores tienen unas manchas negras en la parte central, en la base de los pétalos; en ocasiones hemos visto flores con sólo dos manchas, otras con cuatro, una en cada pétalo, pero muchas veces no tienen ninguna; además, estas manchas pueden o no tener un halo blanco. Pero todas ellas tienen en medio una cápsula, verde todavía cuando están los pétalos, rodeada de estambres llenos de polen de un color verde-ocre, caqui. Inconfundible.
Algunos botánicos dividen a esta familia en varias subfamilias. Seguiremos la propuesta de Bolós (1990) y vamos a hablar aquí sólo de la subfamilia Papaveroidea. Aunque en el valle del Ebro también abunden especies de otra subfamilia (la Fumaroidea), las dejamos para otra ocasión. Así, os presentamos la primera variante, otra especie de ababol. Sus pétalos son algo más estrechos, no se abrazan unos a otros, no se solapan al ser más estrechos; son de un color algo menos intenso tirando a lila y, algo que facilita su distinción, es que tienen un polen de color azul muy intenso. También inconfundible.
Foto 3: Flores de Papaver hybridum (izquierda) y Papaver rhoeas (derecha). Se observa la diferente coloración de polen y de los pétalos, así como el menor tamaño de éstos en P. hybridum
Una vez se caen los pétalos, la cápsula que queda en el centro está recubierta de unos garfios muy largos, fáciles de reconocer a primera vista.
Cápsulas de Papaver rhoeas (izquierda) y de Papaver hybridum (derecha). La primera es totalmente lisa, la segunda tiene unos garfios característicos. Foto: M. León.
Esta planta se llama Papaver hybridum o ababol triste. Se sigue pareciendo bastante al ababol común, por ello los botánicos han mantenido el nombre del género, y sólo han cambiado el nombre de la especie. El ababol triste está bien adaptado a suelos pobres, secos. Es menos exigente que el ababol común. Papaver rhoeas, en cambio, sabe aprovechar muy bien fertilizantes químicos y laboreo e incluso ha desarrollado resistencia a determinados herbicidas. Cuando un agricultor se queje de que no consigue matar ababoles, casi seguro que se trata de Papaver rhoeas. Su prima, Papaver hybridum es más sensible a la competencia y crece en lugares menos alterados.
¿Hay más especies de este género en el valle del Ebro? Sí. Encontramos también Papaver argemone (ababol macho), con pétalos de un tamaño similar a los del ababol triste pero de color rojo anaranjado; el polen es de color caqui, la cápsula es muy similar a la del ababol común pero más alargada. Es una especie más difícil de distinguir de Papaver rhoeas. Y es también algo más rara de ver pero relativamente frecuente en la zona de Calamocha. La hemos visto con sorprendente abundancia en campos de azafrán.
Cambiamos de género. Se trata de ababoles también pertenecientes a la misma familia de las Papaveraceas pero con algunas características claramente diferentes.
Flor de Glaucium corniculatum con coloración roja. Esta flor podría ser confundida con Papaver rhoeas. Se observan manchas negras muy grandes en la base de los pétalos y, sobre todo, un muy diferente estigma al del ababol común.
Empezamos con Glaucium corniculatum (amapola cornuda). De nuevo, hablamos de cuatro grandes pétalos, de color rojo, prácticamente siempre con una mancha negra grande en el centro rodeada de un halo blanco. A veces sus pétalos tienen tonalidades anaranjadas que hacen dudar si se trata de la misma especie.
Ejemplar de Glaucium corniculatum con pétalos de color anaranjado, en el que se distinguen bien los frutos alargados.
Lo que distingue perfectamente a esta planta del ababol común es su fruto: no encontramos cápsula en el centro de los pétalos sino una corta vaina que empieza a crecer rápidamente en longitud después de marchitarse los pétalos hasta alcanzar unos diez centímetros o incluso más. Una vaina estrecha, de pocos milímetros y muy larga: por algo la nombraron corniculatum, les recordaba a un cuerno. ¿Es común el Glaucium en el valle del Ebro? Sí lo es. Frecuente en eriales, de nuevo aguanta muy bien la sequía, mejor que el ababol común, crece también sobre terrenos ricos en yeso, o sea, sobre suelos pobres.
De izquierda a derecha: Roemeria hybrida, Papaver hybridum, Glaucium corniculatum y Papaver rhoeas fotografiadas el mismo día. Los años con abundantes lluvias permiten en ocasiones observar todas estas especies simultáneamente.
Y ahora cambiamos de color. Nos mantenemos con los frutos alargados y estrechos y de nuevo cambiamos de género: hablamos de Roemeria hybrida. Es la denominada amapola morada o violeta, ya que sus cuatro pétalos lucen este color intenso. Al igual que la anterior, su fruto es alargado y delgado. Es el único ababol con este color característico. Crece en suelos pobres, a veces sobre suelos yesosos. Es tal vez algo más rara que el Glaucium corniculatum, puede encontrarse junto a éste y también en compañía de Papaver hybridum.
Inconfunddible flor de Roemeria hybrida.
Y ya sólo nos queda una especie más perteneciente a esta subfamilia que sea habitual en nuestra zona. A la vista de sus flores, bastante diferentes, no diríamos que es una ababol pero os la presentamos porque es también muy habitual: la celidonia o hierba verruguera: Chelidonium majus.
Planta de Chelidonium majus. Crece en zonas umbrías, con humedad, por ejemplo junto a los huertos.
También tiene cuatro pétalos pero son amarillos, llamativos y mucho menores que los de los ababoles. Su fruto es alargado, primero de color verde claro, después se seca y adquiere tonalidad ocre hasta deja caer las semillas de color negro. Florece algo antes que los ababoles rojos y requiere más humedad. La encontramos en los huertos, en los ribazos bajo árboles, en umbrías, también en algún rincón callejero. Sus hojas tienen una forma peculiar, con tres o cinco lóbulos. Seguro que la reconoceréis una vez os hayáis fijado en ella. Aunque lo más peculiar de esta planta es su látex, de color amarillo anaranjado. Cuidado con tocarla, porque es irritante. Como su nombre indica, popularmente se ha usado ese látex para aplicarlo sobre verrugas y secarlas.
Otra vez seguimos con las especies pertenecientes a la subfamilia Fumarioidea.
¡Que disfrutéis de ver las flores!
Alicia Cirujeda
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