Hay un territorio de la cordillera Ibérica en el que la sierra de Gúdar y el Maestrazgo turolense se fusionan. El paisaje y la cultura son tan similares que los geógrafos encuentran dificultad para asignarlo a una u otra comarca natural. Los políticos, con más facilidad para echar las rayas, por lo que hemos visto no han tenido tanto problema.
El río Sollavientos puede considerarse un límite físico en este homogéneo territorio. Desde su nacimiento en el puerto de Valdelinares hasta su desembocadura en el Alfambra en Allepuz, ha labrado un valle flanqueado por un par de líneas de suaves y altas montañas. Las de su margen derecha hacen de divisoria de aguas entre la cuenca del Alfambra (y por tanto del Turia) y la del Guadalope, es decir la del Ebro.
Uno de estas montañas es La Zaragozana (1.916 m.) es fue el motivo que una excursión con acometí con Chabi el pasado Sábado Santo.
La carretera que une Villarroya de los Pinares y Fortanete, tras superar el puerto de Villarroya inicia un brusco descenso conocido como Cuesta de Villarroya. Poco antes de llegar al Km. 75 y de atravesar un profundo barranco, sale a mano derecha (dirección Fortanete) un tramo de la antigua carretera, ya abandonada, que desciende hasta un viejo puente, donde acaba y puede dejarse el vehículo. Un evidente camino permite acceder al barranco del Tajo.
El itinerario no tiene pierde en sus inicios. Se trata de remontar el barranco por el fondo, siguiendo una pista que va mejorando progresivamente.
El paisaje está definido por el pinar. Al principio se trata de un pinar mixto, con predominio del pino royo o albar (Pinus sylvestris) sobre el pino negra o laricio (Pinus nigra ssp. salzmanni), pero conforme se asciende se hará una masa pura del primero.
En esta zona, la altitud (1.400 m.) aún permite el desarrollo del buje o boj (Buxus sempervirens), tanto en las crestas y canchales como dentro del propio bosque. Este arbusto es mucho más común en las zonas de media montaña del Maestrazgo.
Estamos en el tramo superior del piso bioclimático supramediterráneo.
El itinerario remonta un profundo barranco en cuyo lecho se alternan los depósitos de pequeños cantos y unos bancos calizos de color rosado. En sus márgenes, sendas laderas con acusadas pendientes y caídas de más de 150 metros conectan con una serie de lomas cubiertas de pino royo.
Estas laderas acumulan clastos procedentes de la gelifracción, arcillas liberadas por la disolución kárstica y los restos orgánicos de los seres vivos que forman y colonizan el suelo. Estos materiales están sometidos a una activa erosión areolar, que los transporta hasta el cauce, donde son evacuados esporádicamente en las avenidas.
Por un lado, los fenómenos de reptación son importantes. La expansión y contracción alternante de los materiales superficial por la congelación y deshielo o por quedar empapados y resecos movilizan lentamente las partículas. Los árboles deben responder a la inestabilidad de estos sistemas lo que se manifiesta en la curvatura de la base de los troncos.
Pero algunas herbáceas son capaces de formar unos céspedes con tendencia a almohadillarse.
Las caídas de materiales detríticos de mayor tamaño y la acción erosiva de las aguas salvajes complementan los procesos de ladera. La eficacia de estos fenómenos queda en relieve cuando se rompe la continuidad de la vertiente.
En los márgenes de la rambla y en las partes bajas y estables de las laderas, prospera un matorral de salvia (Salvia lavandulifolia), ajedrea (Satureja intricata), espliego (Lavandula latifolia), tomillo (Thymus vulgaris) y aliaga (Genista scorpius), que viene acompañado de herbáceas vivaces como el junquillo (Aphyllantes monspeliensis) o el cárice (Carex humilis).
En los afloramientos rocosos no es raro el guillomo (Amelanchier ovalis) y en aquellos en los que aflora algo de agua el avellano (Corylus avellana) estos días con sus amentos masculinos bien desplegados…
Entre las grietas o bajo la rama de algún arbusto, pero siempre protegida de la luz directa, encuentra su ambiente la hepática (Hepatica nobilis), una de las primeras plantas en florecer en estas frías montañas.
Cuando los bancos de calizas descansan sobre margas y estas han sido erosionadas, se forman resaltes laterales a modo de viseras, que en su parte inferior acaban desmoronándose. Algunas de grandes dimensiones han llegado a ser empleadas como pequeños cobertizos para guarecerse de la lluvia.
Es un pinar de propiedad privada activamente explotado. La mayoría de los árboles son jóvenes y son muy escasos los de mayor diámetro. Un cartel informa de la ejecución de un plan de mejora financiado por la Unión Europea en el que parece que se ha producido algún aclareo.
La pista sigue ascendiendo por el fondo del valle.
Entre los pinos abundan los herrerillos capuchinos …
… los carboneros garrapinos ….
… pero, sobre todo, los piquituertos …
que no cesan de abrir piñas para extraer sus semillas.
En general, aunque climáticamente el invierno no ha terminado en estos montes, la actividad de los pájaros del bosque manifiesta la proximidad del celo.
Y aparecen los primeros rodales nevados, restos de las lluvias de los primeros días de la Semana Santa. Las primeras precipitaciones tras el pasado y seco invierno.
Coincide con la cota de los 1.600 metros. Las matas de labiadas aromáticas ya han desaparecido y, simultáneamente, comienza a abundar la sabina rastrera (Juniperus sabina) y, cada vez más abundante, el enebro (Juniperus communis). El eléboro que ya tenía bien desarrollado el tallo de su inflorescencia en la parte baja del barranco, en esta zona más alta mantiene empieza a formar el mismo sobre la roseta de hojas.
El agua que gotea de los salientes rocosos se hiela por la noche formando chupones o columnas.
Entramos en el dominio del piso oromediterráneo. El pino royo, la sabina rastrera (o chaparra) y el enebro común forman la tríada básica del paisaje vegetal.
Les acompañan la arlera o agracejo (Berberis hispanica) que está aún sin hoja y Astragalus sempervirens, arbusto espinescente de hoja vellosa y porte rastrero.
Conforme se remonta el sendero queda a mano derecha el barranco del Tosco. Seguiremos ascendiendo muy suavemente por el barranco principal.
De las ramas de los pinos penden líquenes que no habíamos visto en la parte baja del valle.
En diversos puntos nos hemos encontrado unos huesos mordidos y rotos de un herbívoro del tamaño de una cabra o una oveja. Se nos hace raro, pues no vemos indicio de la presencia reciente de ganado. Un poco más adelante encontramos la respuesta.
La cabra montés también se ha extendido por estas partes altas de la sierra. Y, como vemos, a algunos ejemplares el invierno les ha pasado factura.
Cuando llevamos una hora y media de camino, encontraremos un valle lateral que se abre a nuestra derecha. Es el barranco de la Mediana.
Los rodales de nieve cada vez se hacen más frecuentes y más extensos en las protegidas umbrías de estrecho valle. Y los pequeños mamíferos forestales dejan la huella de sus andanzas sobre la blanca capa.
El tejo o tajo (Taxus baccata), que daba nombre al barranco principal, es ahora algo más común...
y forma pequeños grupos de matas ya con cierto desarrollo, pero casi siempre más anchas que altas.
En los estratos de calizas se aprecian algunas manifestaciones de los esfuerzos de la orogenia Alpina. A la izquierda puede verse un pliegue, con continuidad por la derecha, que se ha fracturado creando una pequeña falla inversa.
Cruzaremos una pista forestal con una baliza de itinerario ciclista y una señal de coto micológico.
No sabemos como estará funcionando la experiencia de gestión que ha puesto en marcha la comarca del Maestrazgo para intentar revertir los beneficios de la recolección de hongos en este territorio.
Seguimos remontando por el fondo del barranco por un camino. El monte de nuestra izquierda es conocido como Matarraña, ya es término de Valdelinares. El de la derecha, la Loma de Romero pertenece a Allepuz. Al poco, aparece un desvío en un claro del bosque. Nueva señal de coto de setas. Continuamos por el camino de la izquierda hasta dar con la puerta de una valla con alambre espino, indicador de la presencia estival de ganado vacuno en estos pastos altos, y tras ella una pequeña balsa.
Seguimos el curso del arroyo, entre prados y grandes sabinas rastreras prácticamente cubiertas de nieve.
El cielo, parcialmente despejado durante buen parte del recorrido, queda completamente cubierto de una enorme nube blanca. Hacia el oeste, siguiendo la dirección del riachuelo parece intuirse el Collado de la Mediana que se abre al valle del Sollavientos. A nuestra izquierda, entre las nubes, se levanta La Zaragozana.
Comienza a nevar. Decidimos hacer tiempo comiendo tras el muro de un caseto ganadero con el tejado formado por grandes losas calizas. En un hueco, un paraguas plegable y en uso, nos habla de la vida que mantienen estos montes.
Arrecia la nevada. Decidimos acometer el ascenso a través de un pequeño collado en el que el viento se encaja. Llegamos a un plano y perdemos completamente la perspectiva de la cima. La nieve nos desorienta y la ventisca nos aturde. Estamos a 1864 m. Volvemos con ayuda de la brújula que nos dirige de nuevo al barranco de la Mediana.
Sobre los espinos se mueve una pareja de tarabillas comunes incapaces de encontrar algún insecto sobre el prado cubierto de nieve. Una liebre que acaba de pasar hace unos minutos dejando sus huellas, sale escopeteada de su cado en una chaparra.
Nieva con ganas.
y da gusto verla caer entre los pinos ….
Descendemos por el mismo sendero pero con un nuevo paisaje …
que nos ha ofrecido esta nevada de abril en una de las sierras más hermosas de la cordillera Ibérica.
Un paseo por la alta montaña mediterránea hacia una de sus cimas menos conocidas: La Zaragozana.
Que, por cierto, es algo más que una marca de cerveza.