La idea nos vino hace unos meses. Estuvimos unos días en Santiago de Compostela, y dedicamos dos de ellos a realizar las etapas finales del Camino de Santiago en los itinerarios Francés y Portugués. Durante el trayecto nos planteamos la posibilidad de realizar completo nuestro Camino de Santiago, ni el Francés ni el Portugués, el nuestro, el que debíamos iniciar en nuestra casa, en nuestros orígenes.
Tuvimos claro que nuestro Camino debía arrancar desde Calamocha, la primera jornada debería llevarnos a Daroca …, y desde allí en días sucesivos llegar a través de la Cordillera Ibérica a Calatayud, Soria y Burgos donde enlazaríamos con el Camino Francés. Nos quedamos pensativos, el final de la primera etapa: Daroca. Pero, ¿por qué no el final del trayecto definitivo? Si a Compostela marcha el devoto para visitar el cuerpo del apóstol Santiago, bien podían ser los Corporales, el Cuerpo de Cristo, el final de nuestro peregrinaje.
Recordamos entonces las sucesivas reediciones que el ilustre darocense Jesús López Medel había hecho de la obra de un sacerdote de Ferreruela de Huerva, Tomás Orrios de la Torre, titulada Compendio sagrado de la peregrina historia de los Ssmos. Corporales y Mysterio de Daroca ..., editada sucesivamente en Zaragoza en 1759, 1791, 1824 y 1860. En el estudio preliminar que López Medel hace a las cuatro o cinco ediciones realizadas desde 1986, recuerda que el Misterio de los Corporales fue motivo de multitudinarias peregrinaciones a la ciudad de Daroca, que rivalizó un tiempo con las de Compostela.
Y, ciertamente, Daroca debió ejercer durante largo tiempo un formidable atractivo en el mundo cristiano, a la ciudad llegaron reyes y grandes dignidades eclesiásticas y civiles, lo mismo que sencillos peregrinos que llegaban desde lejanos lugares de España y de Europa. Sólo así puede explicarse la presencia en el exiguo casco urbano de la ciudad amurallada de seis parroquias nada menos, así como numerosos conventos de las principales órdenes religiosas, escuelas de música y centros de estudio donde se formaron grandes matemáticos, compositores y naturalistas.
Un “Camino” de fe, contacto con la naturaleza y deporte
Fuimos así concibiendo el proyecto de llevar a cabo nuestro propio “Camino”, nuestro personal peregrinaje desde Calamocha, pero no a la lejana Compostela, sino a los vecinos “Corporales” de Daroca. Aquí mismo, bien cerca. No teníamos más que seguir por la ribera del Jiloca las señales marcadas al efecto.
Convencimos para ello a Chabi, quince robustos años, de conversación amena y ánimo aventurero. Tras desayunar juntos, a la ocho en punto de la mañana del martes 23 de agosto de 2011, rezábamos en la puerta de la iglesia de Calamocha las oraciones matutinas y nos poníamos en marcha. Somos los dos conscientes en ese preciso momento, que este “camino” lo vamos a recorrer más veces y muchas más personas.
Atrás queda el monumento al Corazón de Jesús y el convento de las Monjas hoy cerrado, por el camino de las Fábricas salimos de la Villa. Le explico a Chabi que se llama así porque antaño era un poco el polígono industrial de Calamocha, con fábricas de pasta, harinas, matadero, molino, tripas –junto a la Fuente de Los Chichorros- y, ya al final, la gran fábrica de mantas.
Pasamos la Serrana, la Íñiga, el Tormo con su balsa para remojar el cáñamo, los charcos inevitables de la calzada por los excesos del riego a manta. Maíz en las huertas y cañicillos por los caños que las circundan. En el camino aparecen las señales de un sendero de Gran Recorrido (GR), del Camino del Cid y del Camino de la Vera Cruz. No es malo que los caminos pasen por nuestros pueblos, pero mejor sería que alguno de ellos fuera la meta, el destino de alguno de los caminos.
No hay mosquitos y andamos a buen paso, cruzamos la antigua vía Caminreal – Calatayud para llegar al Salobral, antigua propiedad de Procopio Pignatelli, famoso por sus fiestas y por sus excentricidades, como aquella que se le atribuye de culminar una borrachera aplicando el trasero a la piquera de una de sus colmenas para recibir allí las picaduras de las abejas. Hoy que conocemos las propiedades antirreumáticas del veneno de la abeja, la apiterapia, no nos parece tan excéntrico su comportamiento.
El camino es un continuo desfile de chopos cabeceros que con su monumentalidad adornan las riberas del Jiloca que corre a nuestro lado, como los pequeños cauces de acequias que hay en sus proximidades. A la izquierda el monte y el secano a base de rastrojos o almendros, a la derecha la vega de maizales y choperas. Atrás queda la rambla de la Cirugeda, en la mitad del camino Chabi encuentra una pequeña culebra muerta que fotografiamos.
A las 9’18 h. llegamos a la altura de la ermita de la Virgen del Rosario, nos acercamos al puente romano y al del ferrocarril que lleva una leyenda en recuerdo del famoso accidente que allí ocurrió a comienzos del siglo XX. Vemos también Entrambasaguas o punto de unión de los ríos Pancrudo y Jiloca. Sigue este último con un gran caudal de agua, de hecho a lo largo del cauce se forman algunos meandros o pequeñas islas en medio de la corriente. Se permite la pesca pero sólo “Captura y suelta”, como informa el correspondiente cartel.
Por el cielo vuelan mirlos, cuervos, grajos y alguna picaraza. Entre las choperas vemos también una garza. Al fondo, un avión surca los cielos azules dejando una espesa estela blanquecina ajeno por completo a estos caminantes. A Luco llegamos a las 9’50 h., hemos recorrido 8’7 kilómetros con fresco y bien. Sale a nuestro paso un señor con sombrero de paja y en la mano una pequeña cesta llena de moras.
El recorrido hasta aquí es enteramente fluvial, con mirlos, sauqueras, cañicillos … y el rumor constante del agua. Pasamos el bello complejo turístico que lentamente se levanta junto al río a la altura de “Tozins d’o Xiloca”, el Masegar y, por fin, Burbáguena.
Son las 10’53 y hemos recorrido 11’2 km. Se aleja un poco el camino del río para acercarse a los montes que ahora son de pizarra, muy cerca de la vieja vía del tren con las viejas traviesas arrancadas y los postes del telégrafo tronchados en el suelo. Triste final para una vía que conoció trenes con nombres tan entrañables como “El Chispa” o “El Tomasín”.
Llegamos así a Báguena a las 11’31 y contemplamos la belleza de la torre mudéjar. Le cuento a Chabi la heroica defensa que hizo de su castillo Miguel de Bernabé en la guerra de los Pedros con Castilla, motivo de la hidalguía del ilustre apellido. Sin embargo, de la tienda del pueblo sale un muchacho que llaman Christian. Nada que ver con Bernabés. Señala un cartel que esta misma tarde empiezan las fiestas patronales. Y algo se palpa en el ambiente del bar donde paramos a repostar fuerzas. Almuerzo: dos huevos fritos, con tajadas y patatas. Por barba. Tonterías, las justas. Para beber, uno vino y el otro naranjada.
¡Buen almuerzo, si señor! A la salida del pueblo cargamos agua en una bonita fuente, pero son ya casi las doce de la mañana y el sol comienza a apretar de lo lindo. Para colmo, a la salida de Báguena las señales del GR y de los caminos del Cid y de la Vera Cruz se alejan perpendiculares al río y a la vía del tren. Caminamos un tramo hasta convencernos que nos llevan lejos de Daroca, desandamos el camino y decidimos seguir por la vía. Ya nos habían indicado los ciclistas Jesús Rodrigo y Ramiro que, en caso de duda, debíamos seguir por la vía o junto al río.
Vamos a lo seguro, si, pero caminar sobre piedras y guijarros es muy incómodo. El sol está vertical, no hay apenas sombra y debemos ponernos las gorras. La conversación languidece, Chabi se retrasa un poco y debo esperarlo de vez en cuando. Se alarga tanto la llegada a San Martín del Río que hasta pensamos haberlo pasado de largo. Nada de eso, a las 13’20 llegamos a este pueblo en medio de un sol de justicia. Menos más que Villanueva de Jiloca está cerca y en menos de media hora lo cruzamos.
Mermelada de moras …
Un poco más animados, le cuento a Chabi que se supone que en esta localidad está el origen del famoso médico medieval Arnau de Villanova, cuya cuna reclaman también valencianos y catalanes. Unos vecinos nos recomiendan tomar el camino que cruza la vía en el “puente de Hierro” tras la rambla de Horcajo, “Pero aún está lejos”, nos advierten. Por fin llegamos y volvemos a caminar junto al río, cuya frescura mitiga un poco el cansancio y el calor. Se entreven a lo lejos las torres altas del castillo de Daroca, pero el calor es agobiante y hemos terminado las reservas de agua.
Ahora le cuento a Chabi el argumento de la novela “Juan Pedro el Dallador” de Ildefonso Manuel Gil, que se desarrolla en estos mismos parajes. Todo en vano, cada vez andamos más despacio. Pero ya Daroca está cerca, llegamos al polígono industrial, hay granjas, veo también el palomar derruido del tío Quintín, alcanzamos el cruce de la carretera de Used, la fábrica de la Lozana y, por fin, la fuente de los Veinte Caños en la misma Puerta Baja de la ciudad. Nos atiborramos de agua sin querer leer un rótulo que hay al final de la fuente … por si pone que no es potable.
Un último impulso y ya estamos en la Basílica de los Corporales de Daroca, el final de nuestro “Camino”. Son las tres en punto de la tarde y está cerrada, pero es igual, una breve oración mental y regresamos en el coche que ha venido a buscarnos desde Calamocha. El termómetro marca 39º, creo que debiéramos haber salido una hora antes. Para otra vez, porque este “camino” lo vamos a volver a recorrer más veces.
De regreso evocamos la presencia del señor de Luco con su cestita repleta de moras silvestres. ¿Para qué querrá tantas?, nos preguntamos. ¿Para hacer mermelada de moras, tal vez? Vienen entonces a nuestra memoria las estrofas de la canción de la Ronda de Boltaña del mismo nombre, que anuncian también, ¡ay!, el inminente final de nuestras vacaciones.
José Mª de Jaime