La cordillera Ibérica se bifurca en la Comunidad de Calatayud formando sus dos ramas y una depresión central que conecta a través del Jiloca con la de Teruel. La rama Occidental o Castellana, se extiende por las sierra de Santa Cruz, Sierra Menera y alcanza los Montes Universales. La rama Oriental o Aragonesa, arranca con las sierras de Vicor, el Espigar, Algairén, el complejo de Cucalón-Oriche y prosigue por las Serranías Montalbinas (San Just) hasta el Maestrazgo.
En esta última rama, la pequeña sierra de El Peco, entre las de Vicort-Espigar y las de Cucalón, recoge las aguas que nutren el Huerva, río que hace de lindero entre las montañas y el extenso Campo de Romanos.
Esta sierra tiene extensos afloramientos de materiales paleozoicos. Son mayormente cuarcitas y pizarras del Ordovícico al Silúrico que por su diferente resistencia a la acción de los agentes geológicos externos conforman un relieve en el que se alternan las montañas formadas por las durísimas cuarcitas y las vaguadas donde afloran las pizarras, más deleznables ellas, aunque por lo común están cubiertas por glacis detríticos que conectan las cimas con el fondo del valle.
La cima de la sierra de El Peco es el monte San Bartolomé que con sus 1.304 metros de altitud se enseñorea en la redolada y es una referencia para los viajeros de la Autovía Mudéjar (no confundir con el picacho de Villarreal que asienta unas antenas de telefonía).
Este fue el motivo de la excursión que realizamos una mañana ventosa y fría del pasado mes de diciembre.
Comenzamos el paseo en Cerveruela. Es un pequeño y encantador pueblo cobijado en el fondo del valle del Huerva. Este río debe atravesar estas montañas y lo resuelve formando una serie de estrechos antes de abrirse paso hacia el valle del Ebro. Tiene una abriga huerta y un espectacular meandro en donde se ubica el núcleo urbano. Precisamente en él hay que buscar un puente que lo cruza y que por un camino aproxima hacia los pajares y corrales situados hacia el poniente. Comienzan a verse las marcas (algo desvaídas) de pintura roja y blanca del GR-90 que une el Moncayo y las sierras de Montalbán.
Con la filosofía de mantener los antiguos caminos que unían los pueblos, estos senderos ofrecen la oportunidad de recorrer el país a un ritmo que permite disfrutar del paisaje, realizar actividad física y observar con detalle la gea, la flora y la fauna. Este tramo del GR-90 emplea el camino tradicional de Cerveruela a Badules. Además de las marcas blancas y rojas, también aparecen otras blancas y amarillas propias de sendero de pequeño recorrido (o PR).
Se asciende a través de unos pastizales abandonados en los que el biércol (o
brecina) se extiende al reducirse la presión ganadera y el uso del fuego. Este arbusto presenta unas pequeñas flores blanco rosadas que producen un néctar muy buscado por las abejas (y por los colmeneros) ya que con él fabrican una miel, tan abundante como espesa y oscura.
Conforme se asciende, sobre laderas con suelo más profundo el pastizal está siendo recolonizado por los espinares de escalambrujera (
rosal silvestre) que le aporta un tono rojizo por el color de sus tallos y de sus frutos.
La senda ha salido a un camino. Al superar un suave collado se encuentra la Paridera de Los Melguizos (que en algunos mapas aparece con la denominación castellanizada de Los Mellizos). Allí debe abandonarse el camino y buscar una poco transitada senda por donde siguen las marcas del recorrido y que nos acercan hacia el fondo del barranco de Badules.
La erosión producida por este riachuelo ha descubierto el glacis y permite aflorar las pizarras, algo que también ocurre en los resaltes aunque allí por no haberse llegado a formar.
Al poco se abandona el barranco principal para desviarse hacia nuestra derecha para internarnos en el arroyo de Peña Orejera y en los frondosos carrascales que caracterizan a estas sierras.
La alternancia de estratos inclinados de pizarras y cuarcitas permite que estas últimas formen pequeñas presas en el fondo del barranco y se creen pozas capaces de mantener agua aún cuando el arroyo se haya secado tras periodos prolongados sin lluvias. Estos pequeños humedales enriquecen estos ecosistemas y ofrecen agua a la fauna que entonces ya no tiene que bajar hasta el Huerva.
En los márgenes y en los claros del carrascal aparecen los estepares, formaciones arbustivas constituidas por la estepa (conocida en castellano como jara). Bajo este nombre se engloban en realidad tres especies diferentes.
Entre ellas predomina la estepa negra (
Cistus laurifolius) característica por sus pétalos blancos, hojas parecidas al laurel y mayor talla. Prospera en los terrenos perdidos por el carrascal sobre sustrato silíceo de las montañas situadas entre los 800 y los 1600 metros de cordillera Ibérica.
Una de los rasgos propios de estas sierras abruptas y quebradas es la gran variación altitudinal que se suma a la notable irregularidad topográfica lo que introduce una destacada variabilidad de condiciones ambientales según la exposición. Esto, y la la situación fronteriza entre el valle del Ebro (y el piso mesomediterráneo) y la cordillera Ibérica (y el piso supramediterráneo).
Esto permite encontrar en estas montañas, sobre todo en las más abrigadas solanas, a otras estepas más frioleras. Una de ellas es
Cistus salvifolius tiene las hojas ovaladas y de color verde oscuro
. Le acompaña otra con gran hojas verde claras por su abundante vellosidad lo que se refleja en su denominación científica
Cistus albidus.
En el seno del carrascal, cuando su desarrollo le permite formal un dosel que filtra los rayos solares, se crea un microclima más atemperado y con mayor humedad ambiental (favorecido en el fondo del barranco) que favorece a plantas exigentes en ambientes sobreados y húmedos. Entre ellas destacan los helechos rupícolas que colonizan las fisuras de las rocas. Pueden encontrarse hasta tres especies diferentes en tan solo un metro cuadrado.
La extensión del carrascal en esta sierra permitió el desarrollo de su aprovechamiento para el carboneo lo que originó la transformación de las formaciones arbóreas por las arbustivas procedentes del rebrote (rechizos). Esta tradición fue homenajeada por la activa asocición cultural "La Chaminera que Humea" (toda una declaración de intenciones) con la edición de un vídeo sobre tal actividad. Así mismo, en el mes de abril de este año que hoy comienza se celebrará la 3ª Trobada de Carboneros en Cerveruela, donde se encontrarán asociaciones culturales de Castilla, Navarra y Cataluña que reivindican el papel cultural de estas profesiones.
El camino remonta el barranco, pasa junto a una paridera y accede hasta el collado de El Portijuelo, donde se abandona el sendero marcado. El viento puede ser importante en este paso entre montañas. Hacia el oeste se vislumbra la amplia llanura del Campo Romanos y buena parte de sus pueblos (Villarreal, Mainar y Torralbilla) y la autovía que lo surca.
Hay que comenzar el tramo final subiendo monte a través primero por unos prados que dan paso a unos estepares tapizados con gayuba que nos acercan a los carrascales que ascienden hasta un primer monte situado en la cota de 1.200 m. Desde allí ya se divisa la cumbre del monte San Bartolomé a la que se accede a través de un estepar muy cerrado y alto (hay matas de dos metros de altura), prados y algunos canchales desprendido de la cuarcita cimera.
La vista desde la cumbre es impresionante. Además de la citada planicie que se extiende hacia el Jiloca, puede verse buena parte de este valle, la sierra de Cucalón, las de Vicor, la Virgen y el Moncayo, así como el valle del Ebro y las muelas que lo flanquean en torno a la ciudad de Zaragoza.