Creo que es la quinta vez consecutiva que hago este mismo camino. A mí es el que más me gusta saliendo desde Calamocha. Tal vez porque en estas dos localidades, Calamocha y Daroca, está el origen de mis padres (Retascón en el caso de mi madre), y porque se pasa por Luco donde nacieron mis dos abuelas. En cualquier caso, es uno de los itinerarios más pintorescos y bellos para recorrerlos en verano. Puedo decir que no me canso de hacerlo todos los años.
El Camino de San Vicente Mártir de Cutanda a Burbáguena
Como era de suponer, cuando Tomás Guitarte supo de nuestras andadas, quiso introducir la Ruta de San Vicente Mártir. Emilio y yo, obedientes, aceptamos y la programamos para después de las fiestas de Calamocha y de Cutanda. Quedamos en salir de Calamocha a las 7’30 de la mañana del 18 de agosto. Tomás se encargó de colocar carteles en su pueblo invitando a la excursión. Ya estaba todo programado cuando asuntos familiares me impidieron participar en la misma. A última hora de la misma víspera tuve que cambiar de planes. Como no era cosa de llamar de noche a Emilio, a las 7’30 en punto lo estaba esperando para decirle que no podía acompañarles.
Lo entendió perfectamente y marcho él sólo a Cutanda para unirse allí al resto de excursionistas. Luego por la tarde me lo encontré en el pueblo y me contó que hasta las 3 de la tarde no volvió a Calamocha. ¿Cómo habéis tardado tanto?, le pregunté. Me dijo que la marcha de Cutanda había sido un éxito de asistentes, con numerosas señoras que amenizaron la excursión y que, ya en Burbáguena, prácticamente acabaron con todas las tortas de los hornos, de las que dieron buena cuenta a continuación. “Con decirte que yo ya no he comido …” Me comentó.
Camino de los Corporales
Le planteo una nueva andada, pero ahora lo tiene más difícil pues se le han acabado las vacaciones y debe abrir todos los días la Biblioteca. Me quedo fastidiado. Al día siguiente 19 de agosto, tengo varios encargos domésticos que hacer. Sin embargo, y contra lo que esperaba, a las 9 de la mañana me he despachado de todo. Es el momento. Sobre la marcha decido hacer un año más el Camino de los Corporales de Daroca.
Me pongo calzado y ropa de excursión, tomo el palo de caminante, un almuerzo y agua abundante. En cinco minutos paso por delante de la iglesia, cruzo el río de las Monjas, enfilo por las Fábricas y las Compuertas el camino del Tormo o de la Íñiga. Paso por delante de nuestra Huerta y su caseta recién arreglada (ahora de mi hermano Chabier), mientras tanto la gente riega las fincas pues el agua llega a veces al camino.
La mañana es fresca pero pronto el sol templa en ambiente. He salido un poco tarde para esta andada, pero voy contento. Me cruzo con regantes que van en sus coches, ciclistas, corredores, etc. A lo lejos veo dos personas que llevan el mismo camino. Aprieto un poco el paso para ver quiénes son. Al llegar cerca del Salobral paran a tomar un bocado. Es mi amigo Pepe “Lucas” y una señora. –¿Hasta Daroca vas? ¿No volverás también andando? Me pregunta con su sorna característica.
El camino es largo y, como he hecho otras veces, rezo el Rosario. A la derecha la vega llena de maíz, “panizo” en el argot del terreno. A la izquierda secanos y algunos almendros en el monte bajo. Esta es la parte más seca de todo el itinerario. Así, hasta llegar a la Virgen del Rosario y el puente romano de Luco. Allí el camino se pega al cauce del río Jiloca y da mucho gusto recorrerlo. Los zarzales están llenos de moras ya maduras. Estos días atrás estaban todavía un poco verdes en Calamocha, pues hemos cogido muchas con mi esposa antes de los sanroques ya que les gustan a nuestros nietos.
Empieza aquí la parte más bonita del Camino de los Corporales. Siempre al lado del río con su frescor, con el ruido de los pequeños saltos de agua y el rumor de las acequias de riego. De momento un viejo puente de hierro del ferrocarril atraviesa el camino sobre nuestras cabezas. Evoco el terrible accidente de tren que tantas muertes provocó a principios del pasado siglo. Se nota que nos acercamos a Luco por los paseantes que salen de este pueblo. Llegamos al mismo y proseguimos siempre arrullados por el ruido del agua. El río baja crecido para ser pleno verano.
Los chopos cabeceros jalonan todo el camino. Hay algunos secos que han perdido la corteza, donde hay estampadas flechas amarillas que señalan el camino a seguir. A mi hermano Chabier se le ha pasado esta utilidad anunciadora de los chopos. Fallo. También sargatillos, sabimbres, nogueras, ciruelos, manzanos y perales. Las ciruelas están en su punto. Las manzanas y las peras un poco verdes aun.
Llego así a Burbáguena donde decido parar a almorzar junto a la fuente. Es un poco tarde para esperar a hacerlo en Báguena, donde me gusta comerme un buen par de huevos fritos en el bar del pueblo. Otra vez será. En el pueblo se barrunta ya la proximidad de las fiestas patronales. Hay mucho ir y venir de gente, se oyen bandos y hay ajetreo de coches.
“¡Miala cómo se relame …!”, y “¡Yo! ¡De Baguena de España!”
Después del tentempié reanudo la marcha, ahora desviándome un poco hacia la izquierda por una zona de secanos. Es más fea y el sol empieza ya a calentar. De momento las flechas marcan un giro a la derecha buscando de nuevo el río. Bajo por un camino que siempre me encuentro inundado, y ahora también. Creo que giro pronto a la izquierda pues me veo un año más andando por la antigua vía del tren, pero al llegar a las proximidades de Báguena vuelvo al buen camino que iba junto al cauce que atravieso para entrar en Báguena. En la rambla, a la puerta del bar, la gente charla a la sombra. Los de la comisión de fiestas están poniendo las banderas por las calles con una larga escalera. Da gusto ver nuestros los pueblos en fiestas por la cantidad de vecinos ausentes que congregan, pero en cuanto terminan todos nos marchamos a nuestros respectivos lugares de trabajo. Sigue en venta la casa grande que se ofrecía como “chollo” el año pasado.
Por primera vez contemplamos en Báguena una pequeña escultura con la cabeza de un asno que pretende comer unas hierbas. Hace alusión a la conocida anécdota de “La mielga de Báguena”, que la propia localidad celebra divertida. Ocurrió en un verano de gran sequía que había agostado los prados de la dula, y los animales ya no tenían hierba alguna para comer. Sin embargo, y desafiando a todo el pueblo, en lo alto de la famosa torre mudéjar crecía un magnífico ejemplar de mielga que no parecía padecer la sed. Al revés, cuanto más seco estaba el campo, más jugosa y apetitosa estaba la hierba del campanario. Harto de ver pasar hambre a su mula, un baguenense, decide atarle una cuerda por el cuello que pasó por la sujeción de las campanas de la torre, y estirar de la otra punta desde el suelo para izarla. Así subía el animal medio asfixiado, cuando otros vecinos le llaman la atención indicándole que está ahogando al animal que ya llevaba dos palmos de lengua fuera de la boca. -¡Qué se ha de ahogar!, ¡qué se ha de ahogar …! ¡Quiá! ¡No ves como se relame …!
Es famoso Báguena por sus anécdotas. Creo que la otra ya la he contado en otra ocasión. Es igual, la repito. La conocía por mi padre desde niño, pero me la recordó en cierta ocasión el catedrático de Botánica de la Universidad de Valencia, Don José Mansanet Mansanet, que en paz descanse. Era el mes de febrero de 1972. Recuerdo perfectamente la fecha porque fui el primero de la clase que me presenté con él a un examen oral y era época de huelgas estudiantiles, que, curiosamente, coincidían siempre con los exámenes parciales. Me acerco a su despacho del Jardín Botánico de Valencia del que era su director, y le digo que quiero hacer el examen con él. Como estaba muy interesado en sus cosas, me pone unas preguntas para que las conteste por escrito en su mesa, mientras él vuelve al laboratorio de al lado. Las puertas estaban abiertas para evitar malos pensamientos. Como no nos veíamos, de vez en cuando, para controlarme un poco, me hacía preguntas. -¿De dónde es usted? –De Calamocha, Don José. Le respondo zalamero. -¡Hombre de Calamocha …! -¿Conoce usted la laguna de Gallocanta? -¡ Mucho, Don José, mucho! Yo sigo dándole hilo a la cometa. -¿Entonces, conocerá el dicho de “Baguena de España”. –Pues no, Don José, no he oído nunca hablar de eso. Miento como un bellaco. Entonces, vuelve al despacho donde yo estaba desde su laboratorio y me la cuenta. Sucedió en los tiempos pasados, que otro baguenense despejado decidió dejar su casa y dejar el pueblo para irse a correr tierra, a recorrer el mundo. En plena noche dejó el pueblo y, camina que camina, sube montes y baja montes, a la que empieza a amanecer divisa una enorme extensión de agua que brillaba al recibir los primeros rayos solares. Después de recorrer lo que pensaba era un montón de leguas, piensa que se encuentra frente al mar, cuando en realidad se halla encima de la laguna de Gallocanta. Emocionado pregunta a un pastor que por allí apacentaba su rebaño, el nombre del lugar donde se encuentra. -¡Berrueco! ¿Y usted de dónde viene? Le contesta éste. Pero la imaginación de nuestro personaje le hace confundir el nombre de este pueblo ribereño de la laguna por el de Marruecos. A lo que responde rotundo el viajero. -¡Yo, de Baguena de España! Frase que quedó para siempre como anécdota y como dicho popular en la comarca del Jiloca. Nota: tuve una magnífica calificación en el examen. Mi recuerdo para este buen profesor de botánica, gran herborizador y estudioso de nuestra flora que, como suele suceder en la etapa juvenil, no supe aprovechar adecuadamente.
Así hasta Daroca
Por delante del ahora deshabitado convento de San Valentín, tomo el camino de Daroca. A partir de aquí menudean los campos plantados de nogueras y de chopos. Antes de llegar a San Martín el sonido de la motosierra y la presencia de tractores indica que están talando o limpiando alguna chopera. Paro un poco a descansar a la sombra, reanudo la marcha y paso por delante de San Martín y de su Museo de Vino.
Villanueva de Jiloca. Foto: HeráldicaZaragoza
Pronto llego a Villanueva con su Parque de Arnau de Vilanova. Ilustre médico medieval cuya patria disputamos a catalanes y valencianos. ¡Bien por los de Villanueva el dedicar el parque a su memoria! Las flechas amarillas me dirigen al pueblo y las sigo, pero no me convence el itinerario y dudo. Consulto a una anciana que me indica que para ir a Daroca por el camino debo volver a cruzar el puente y doblar a la izquierda. “A lo mejor se encuentra un campo regado que deberá cruzar”, me advierte. Así lo hago y compruebo que estaba en lo cierto.
A lo lejos empiezan a vislumbrarse las torres del castillo de Daroca, pero sé que falta todavía bastante y no debo fiarme. Cruzo el campo que me indicaba la buena señora de Villanueva, que no estaba regado, y sigo caminando junto al Jiloca alternando trozos sombreados con otros a pleno sol. A medida que me acerco a la ciudad de los Corporales, dominan estos últimos. Es mediodía y hace mucho calor. Llego a las primeras granjas y casas de campo de Daroca, todavía muy apartadas del núcleo urbano.
Murallas de Daroca. Foto: castillodeloarre
Por fin con la zona industrial empiezan las primeras viviendas y la Puerta Baja. Bebo agua fresca en la Fuente de los Veinte Caños, junto a la casa de mi tío Quintín y mi tía Teresa. Dejo atrás los monumentos a Antonio Mingote y a Mariano Navarro Rubio. ¡Cuánta gente importante ha salido de esta ciudad! Me detengo un rato como hago siempre junto a la basílica de los Corporales, y subo por el antiguo colegio de los Escolapios donde estudió mi padre a la Puerta Alta. Junto al restaurante “Legidos”, a la vista de la Mina espero la llegada de mi hijo Pablo que viene a recogerme de paso desde Zaragoza.
Evoco mientras tanto la belleza de la ciudad de Daroca y la tremenda magnitud de sus murallas, torres y puertas que hizo decir a alguien: “Daroca la loca, la cerca grande y la villa poca”. ¡Miau! Que lo digan si no los Pedro Ciruelos, los Marcuellos y tantos sabios ilustres que han salido de sus casas.
José María de Jaime Lorén