La salvia (Salvia lavandulifolia), o selvia como también es conocida entre muchos paisanos de la contornada, es una de las las numerosas especies que componen el género Salvia, uno de los más característicos de la familia Lamiaceae (Labiadas),
Es una pequeña mata que alcanza los 50 cm. de altura. De las ramas leñosas nacen unas ramificaciones herbáceas que crecen muy rectas que soportan las hojas y, en primavera, las inflorescencias. Las hojas son opuestas, tienen un peciolo largo y un limbo con forma de punta de lanza, que recuerda bastante a las de lavanda (de ahí el nombre específico). Están tapizadas de abundantísimos pelillos (bien visibles a la lupa) que le confieren una aspecto blanquecino y le ayudan a reflejar la intensa iluminación de su hábitat. La luz tóxica, que indicaba el profesor Montserrat.
Las flores nacen agrupadas a lo largo de una espiga. La corola es bilabiada (rasgo propio de la familia) y tiene un color lila.
Es una planta endémica del Mediterráneo occidental muy común en las montañas del centro y oeste peninsular.
Es propia de los matorrales secos y soleados que crecen sobre sustratos básicos. Los terrenos perdidos por el rebollar, tras su tala o roturación, son colonizados prontamente por una corte de matas, como la aliaga, la ajedrea, la lavanda o el tomillo, que toleran la intensa iluminación y los suelos alterados. Aunque en ocasiones le acompañan, la salvia es más exigente en humedad que el tomillo y el espliego.
Las hojas producidas en cada primavera se mantienen durante la estación desfavorable siendo funcionales en la siguiente primavera. Es, pues, una planta perennifolia. Una adaptación lógica en una especie xerófila.
Las margas y las calizas ofrecen unos sustratos básicos idóneos para la salvia. Por eso, en nuestra zona es muy común en el valle del Piedra, en el medio y alto Pancrudo, en el alto Huerva, en las vertientes de la sierra de Lidón y de las parameras de Blancas y Villafranca hacia el Jiloca, evitando los sustratos silíceos.
Los salviares, pioneros en la recolonización de los suelos desnudos, cuando mantienen condiciones de estabilidad y se desarrollan de forma favorable, crean condiciones propicias para la entrada de especies algo más exigente, como el guillomo, el enebro, la gayuba, la gazpotera (espino albar) y otros arbustos espinosos de mayor porte. Estos forman un matorral denso que termina por sofocarlo por el sombreado y la competencia radicular.
Como bien sabemos, este verano y el principio del otoño están siendo particularmente secos. Hace meses que los montes no conocen una lluvia de temporal, copiosa y suave.
A lo largo del verano, el suelo ido perdiendo el agua retenida en sus poros, por evaporación o por transpiración de la cubierta vegetal. En ambientes abiertos, las plantas deben soportar la insolación inclemente durante semanas y semanas, con días de hasta quince horas de luz. En las solanas, además, la incidencia perpendicular de los rayos incrementa todavía más el fenómeno. Para colmo, muchos de los montes presentan laderas con fuertes pendientes en las que además el agua de escorrentía se infiltra con dificultad.
El domingo estuvimos recorriendo los estrechos del Alfambra que están entre Galve y Villalba Alta: Los Alcamines. En el tramo bajo de este río se pierde el carácter fresco que otorgan las montañas de la sierra de Gúdar en su cabecera. Ese rasgo maestracense que mitiga la sequedad estival por la mayor abundancia de tormentas. En el fondo del valle se producen descargas desde el freático que alimentan una caudal mayor de lo esperable en un año como éste. Sargas, chopos y espinos prosperan aprovechando la seguridad que ofrece el agua del subsuelo. La cruz la encuentran en la violencia de las avenidas, episodios recurrentes de altísima energía, capaces de perturbar los bosques ribereños.
Este año las matas de salvia tenían las hojas algo más pequeñas de lo habitual. Algunas hojas tenían los ápices secos y el limbo muy recurvado. Otras estaban completamente secas. La deshidratación de los tejidos (parénquimas) provoca el acortamiento de la lámina y crea tensiones que acaban curvándola. Puede que le sirva para evitar la horizontalidad de la hoja y reducir la iluminación recibida. Tal vez sea solo una fase previa a la desecación definitiva.
Las hojas de la salvia ofrecían una flexibilidad que recordaba a la de las patatas fritas. Eran rígidas y frágiles.
Estas plantas están bien adaptadas al clima mediterráneo donde la sequía estival es la norma y habituales los largos periodos secos.
Aún sabiéndolo, no lo terminamos de aceptar y estamos anhelantes a la llegada de los frentes húmedos. Las salvias y nosotros.