Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

domingo, 31 de marzo de 2013

REFUGIOS PARA LA FAUNA

La populicultura es una variante de la agricultura dedicada a la producción intensiva de madera de chopo. Se trata del cultivo de variedades selectas de chopos, generalmente híbridos, que persigue obtener fustes rectos, sin nudos ni ramas hasta los 6 y 8 metros, y en unas condiciones de máxima productividad mediante unos marcos de plantación más propios de un cultivo de frutales que de un bosque fluvial.

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Vega del río Alfambra en Alfambra (Comunidad de Teruel). En primer plano, un viejo chopo cabecero requemado y muerto tras sucesivas quemas de ribazos. Al fondo, chopos canadienses en diversos turnos de desarrollo.

Estos cultivos son ambientes ecológicos muy pobres. Todos los árboles tienen la misma edad, carecen de huecos, tienen cortezas lisas y muy poca madera muerta en descomposición. A pesar de ello, en las vegas con plantaciones de chopos clónicos hay comunidades biológicas variadas por la alta productividad del medio. Pero, en muchas ocasiones, faltan estructuras que ofrezcan hábitat a los vertebrados terrestres.

Cuando tras alcanzar el diámetro deseado se cortan los chopos híbridos, se suele eliminar el tocón para evitar el rebrote y plantar otra estaquilla en el hueco dejado. Los montones de tocones son estructuras leñosas y terrosas que ofrecen refugio a pequeños mamíferos y a reptiles. Los grandes acúmulos de pequeñas ramas crean otras oportunidades también para vertebrados de menor tamaño.

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Vega del río Pancrudo en Cutanda (Jiloca)

Estos pequeños espacios perdidos para la producción agrícola tienen un notable valor ambiental ya que favorecen a la vida silvestre.

jueves, 28 de marzo de 2013

LOS CASTAÑOS DE LUESMA

El castaño es un árbol que vive sobre suelos frescos, húmedos y silíceos sobre climas templados y húmedos. En la península Ibérica crece desde los Montes Gallegos y la cordillera Cantábrica hasta Sierra Nevada pasando por el Sistema Central y Cataluña, dependiendo en las áreas más meridionales de enclaves umbrosos y frescos. Evita los territorios afectados por la continentalidad extrema.

En Aragón existen extensas sierras con sustrato apropiado para el castaño, especialmente en la cordillera Ibérica, desde el Moncayo hasta los Montes Universales. Sin embargo, la acusada oscilación térmica diaria y estacional, así como la sequedad ambiental de este territorio, limitan su presencia.

Por ello, el castaño no es árbol propio en Aragón. Pero hay alguna excepción.

Durante los trabajos de plantación de reforestación realizados por el Patrimonio Forestal a lo largo del siglo XX se emplearon mayoritariamente coníferas del género Pinus. Pinos carrascos, rodenos, albares (o royos) y negrales (o laricios) se plantaron por millones en la Ibérica. En algunas zonas se sembraban bellotas, de forma complementaria. Y, localmente los ingenieros ensayaron con otras especies foráneas con resultados dispares. Un famoso caso es el pinsapar de Orcajo, una curiosidad forestal en la sierra de Santa Cruz.

En algunas zonas probaron con el castaño. Conocemos la presencia de algunos ejemplares aislados en un angosto barranco de Luco de Jiloca donde crecen con dificultad sobre un suelo de pizarras. Pero es en Luesma, ya en la parte del Campo de Daroca que se introduce en la sierra de Herrera donde se puede hablar de un castañar.

Está situado a unos 940 m. de altitud, cerca de la carretera que une Fombuena y Luesma (Z-151) y del arroyo del Val (cuenca del Huerva). El castañar se encuentra inmerso en una plantación de pinos laricios de Austria que fue realizada hace unos cincuenta. Se trata de un terreno pizarroso muy afectado por la erosión años. Es pequeño pues tan solo son unas hectáreas. Los árboles tienen troncos cortos siendo sus cortezas todavía poco oscuras y resquebrajadas. A pesar de la sequedad de estos montes, los árboles muestran vitalidad aunque sus hojas no superan los 15 cm. de longitud, claro indicador de sus limitaciones hídricas. No se observan plántulas bajo los árboles.

Andaba recorriendo la partida de El Común de Luesma, cerca del arroyo del Val y aguas debajo de este singular castañar, cuando comencé a ver algunas hojas de castaño. Pensé al principio que las habían transportado las aguas. Miré un poco alrededor.

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En el margen de un pequeño campo, sobre una ladera peñascosa, crecía un castaño solitario.

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Este año había sido generoso en la producción de castaña (también fue año de bellota como podía verse en las carrascas próximas), como atestiguaban las abundantes cúpulas espinosas, los conocidos erizos.

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La historia humana, una vez más, deja su impronta en el paisaje vegetal.

lunes, 25 de marzo de 2013

UN SINGULAR FENÓMENO HIDROGEOQUÍMICO EN EL ARROYO DEL VAL

Recorría el arroyo del Val hace unas semanas en busca de álamos trasmochos. Me llevó José Antonio hasta su cabecera, al pie del Cabezo Manzano (1.182 m.), en la divisoria entre las cuencas del Aguas Vivas y del Huerva, a la que pertenece el arroyo que quería conocer.

La noche había sido fría. Los charcos formados estaban helados. La pista atravesaba unos montes de suave relieve por tener como sustrato unas pizarras muy alteradas. Estaban completamente plantados de pinos, mayormente laricios de Austria. Sin rastro de chopos cabeceros. Todos los pequeños barrancos llevaban su pequeño caudal. Todos.

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El suelo forestal, empapado tras este húmedo invierno, liberaba lentamente su cosecha de agua. Al agruparse los pequeños regatos el arroyo de la Val iba cogiendo. Se acaudala. Tras unas recurvas y, muy poco antes de pasar bajo el puente de la carretera Badules-Herrera de los Navarros (Z-151), el arroyo de El Val recibe primero por su derecha un riachuelo de viene del Cabezo de Murrea y, al poco por su izquierda, el que drena el barranco de La Dehesa.

En la desembocadura de este último observé esto.

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Un depósito que se produce en la zona en la que se mezclan las aguas de los dos sistemas fluviales.

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Y que se extiende por la margen izquierda tiñendo también las rocas de tonos blanquecinos y marrones.

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Visto de cerca y después de tocarla, compruebo que se trata de una finísima capa de depositada sobre las partículas de limo que parecen impregnados de algún compuesto orgánico. Incluso empiezo a pensar que pudiera ser alguna especie de bacteria como las que prosperan en las balsas mineras.

Sigo el curso descendente del arroyo de la Val por el margen y, en ocasiones, incluso por el propio cauce.

Aguas abajo observo algo de espuma blanquecina que sobrenada el agua, ya completamente cristalina, y que se acumula en las orillas.

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Desconozco su origen. No hay vertido urbano ni ganadero en esta parte de la cuenca. Es algo extraño.

Las aguas atraviesan montañas en las que afloran pizarras bituminosas, cuarcitas y areniscas ferruginosas, además de algunos filones de andesitas grisáceas.

Algo más allá de cuatro kilómetros aguas abajo del puente, desemboca por la derecha el barranco de los Tiemblos (nombre vernáculo del álamo cano) y poco después, ahora por la izquierda, el arroyo del Barranco de la Peña del Tormo, que drena todo el entorno de Fombuena.

En la confluencia de los dos arroyos observo esta imagen.

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¿Qué fenómeno extraño era este? Me venían a la mente las imágenes de un documental sobre los ríos de la cuenca amazónica en donde que se mostraban diferentes tonos en las aguas de algunos ríos y su dificultad para mezclarse tras su desembocadura. Pero creo que no tenía relación.

Aguas abajo, incluso percibo una cierta turbidez en las aguas, sobre todo cuando se acumulan en las pozas, que toman un color azul blanquinoso.

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Mientras seguía mi ruta recordé la presencia de yacimientos de baritina y de otros minerales en la cuenca. Y el color lechoso de un medicamento que se expendía bastante para pruebas radiológicas. También me vino a la memoria algo que aprendí en las clases de Química Inorgánica con el profesor Moratall. Cuando dos disoluciones no saturadas de ciertas sales de escasa solubilidad se ponen en contacto, en ocasiones se produce la precipitación de los productos obtenidos por un intercambio iónico. Tal vez pudiera explicar estos depósitos que se observan en la confluencia entre los dos arroyos.

Llego a casa y consulto el CD “Lugares de Interés Geológico de Aragón”. Ahí estaba el Sistema Geoquímico del Arroyo del Val, en la Rama Aragonesa de la Cordillera Ibérica.

Según la interpretación que hacen los geólogos, la explicación se encuentra en la composición litológica de la cuenca. Las aguas lavan los regolitos de la meteorización de pizarras, areniscas y cuarcitas, adquiriendo un carácter ácido y transportando en disolución diversos iones metálicos. Al mezclarse las aguas de los diferentes arroyos, se forman unas partículas blancas en suspensión que forman unos flóculos blanquecinos que terminan depositando en el lecho.

El profesor Juan Llorens (Universitat Politècnica de Valencia) me comenta que una diferencia de acidez entre las aguas que provienen de los arroyos confluentes puede ser la causa de la precipitación. Los cationes metálicos son más solubles en medio ácido que en medio básico o neutro; a veces basta un ligero aumento del pH para que un metal precipite como hidróxido, y este precipitado suele ser coloidal, ya que se produce en condiciones tales que se forman muchos núcleos de precipitación simultáneamente, dando lugar a un tamaño de partícula muy pequeño (microcristales) produciendo un sistema coloidal. Este fenómeno se puede observar con una disolución de Fe(III) en medio ácido (completamente transparente) que se va enturbiando a medida que se neutraliza, produciendo flóculos de Fe(OH)3 en medio básico.

Otro aspecto a también a considerar son los afloramientos de pizarras bituminosas que podrían liberar pequeñas cantidades de sustancias hidrofóbicas susceptibles de emulsionar en el agua; sobre todo si ésta se encuentra en contacto con residuos vegetales que, a su vez, pudieran proporcionar pequeñas cantidades de sustancias tensoactivas. La presencia de sustancias procedentes de las pizarras bituminosas podría comprobarse extrayendo con hexano un volumen importante de agua que contenga dichos depósitos, para después analizar el contenido del extracto.

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La presencia de diversos riachuelos subsidiarios del arroyo de la Val crea un característico sistema hidrogeoquímico que se repite en los 10 kilómetros de su recorrido.

Merece la pena recorrer estos montes y conocer este singular Punto de Interés Geológico.

domingo, 17 de marzo de 2013

KÍA

Amaneció con una brisa suave acariciando la cresta rocosa de San Eloy. Kía levantó la vista hacia aquel horizonte perfectamente azul cuando intuyó un punto negro suspendido en el inmaculado cielo acercándose hacia allí. Lo observó fijamente mirando expectante, esperando reconocer en él a alguien. Sus brillantes y redondos ojos de color oro distinguieron, en aquella silueta, algo más de lo habitual. Cuando oyó el grito de llamada, tuvo la certeza de que era Kronn, su padre, quien volaba hacia ella anunciando que traía la primera comida del día.

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Foto: Rodrigo Pérez

Entre sus poderosas garras colgaba tambaleante un conejo todavía sangrante. Aquella sabrosa imagen le provocó un rugir hambriento en el estómago. Kía era muy mayor ya para andar comiendo solamente perdiganas. Sus tres meses de edad constituían la madurez final de un polluelo de águila real, la edad perfecta para aprender a volar, de hecho ya debería haber comenzado a dar pequeños saltos de sustentación extendiendo sus alas cuando la brisa acariciaba el nido, pero Kía todavía no se atrevía ni siquiera a sacar la cabeza fuera del lecho y se agarraba fuertemente a los palos y ramas que se entretejían formando la base del que había sido lugar de cría para sus padres durante los últimos tres años. Era un lugar especial, soleado a principios de primavera y a la sombra de una encina, nacida de una grieta, cuando el sol corría por lo más alto. Su ubicación en mitad de un potente risco lo hacía inaccesible para los depredadores terrestres y la vista que se dominaba desde allí resultaba grandiosa.

Su padre parecía preocupado, le resultaba muy extraño que su hija no se animase a imitarle, dejarse caer extendiendo sus alas para deslizarse en el aire y comenzar a planear paralelo al suelo como si se flotase. Aquel nido era un lugar perfecto para aprender a volar, estaba incrustado en un acantilado limpio, libre de maleza y al resguardo del racheado y frío cierzo, por eso y porque ninguno de sus anteriores hijos había sido tan tardano empezaba a impacientarle aquella actitud creyendo que Kía tenía realmente un serio problema. El verano estaba ya muy avanzado y pronto debería empezar a cazar por sí sola. En el fondo Kía se sentía muy bien en el nido, era un lugar muy confortable y acogedor y todos los días tenía la comida a punto cuando sus padres volvían de cazar, pero todavía no había oído la llamada de su independencia, no tenía la más mínima intención de abandonar el nido tan pronto, por eso no encontraba la necesidad de empezar a volar.

Al fondo, por detrás de su padre apareció Kana. Mamá era una experta buscando los bocados más tiernos y apetitosos. Esta vez oscilaba como un péndulo entre sus garras un lagarto ocelado que le serviría de suculento postre. Cuando su padre llegó al nido un potente golpe de viento hizo que Kía se agachase para no desestabilizarse, aunque la intención de Kronn era justamente la contraria, incitarle para ver si de una vez por todas se decidía. Le ofreció la presa sin soltarla de sus garras y Kía con muestras de agradecimiento comenzó a hincar su pico y a estirar con fuerza para arrancar a tiras la sabrosa carne que iba a empezar a engullir.

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Foto: Rodrigo Pérez

A los pocos segundos se posó también su madre, ambos le demostraban mucho cariño y por eso deseaban lo mejor para ella. “Aliméntate bien que hoy tenemos que intentarlo” dijo soltando el lagarto, pero Kía, disimulando no haber oído nada, se afanó en dar buena cuenta de toda la comida que le habían traído.

Cuando hubo terminado y aprovechando la brisa, su madre extendió las alas para demostrar que solo con tensar sus plumas remiges podía apoyarse en el aire sin apenas tocar el suelo, pero cuando llegaba el turno de Kía en vez de imitarle se retraía aferrándose a la solidez del nido. Su padre fuera de sus casillas no entendía porque no deseaba probar ese placer tan delicioso de saltar y alcanzar, a gran velocidad, el otro lado del valle. Aborrecido se lanzó al vacío gritando “¡Así debes hacerlo Kía!” Y se dejó caer unos metros para enlazar como en un gigantesco tobogán un planeo constante sin apenas perder altura, pero la falta de motivación y el miedo de la joven águila hizo que no quisiera asomar siquiera la cabeza. Cuando volvió para atrás en un vuelo circular ascendente le gritó amenazante desde lo alto “¡Cómo quieras a partir de mañana no tendrás comida!” La madre miró con cara de asombro a su pareja, pero comprendía que habían agotado todos los recursos posibles para estimularle. Poner la comida que más le gustaba en el borde del nido solo conseguía que se animara a estirar el cuello agachada hasta cogerla por el extremo más cercano con la punta del pico sin necesidad de mirar abajo; colocar tiras de carne en las ramas superiores de la encina o en otros salientes cercanos; dar gritos de peligro como si viniese un depredador, hacer vuelos rasantes veloces eran todo tipo de artimañas que sus padres probaban en vano, puesto que Kía prefería pasar hambre a tener que despegar. “¿Quién sabe si luego podré regresar?- pensaba ella “¿Y si doy en el suelo quién me remontará de nuevo a casa?”.

Pero ahora su padre estaba dispuesto apostar fuerte y había amenazado muy seriamente con abandonarla si no tomaba ya la decisión. La voz con que lo había dicho no dejaba espacio para la negociación, le conocía muy bien, nunca daba un paso atrás.

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Foto: Rodrigo Pérez

Al tercer día, Kía sentía desfallecerse, cómo podían ser tan crueles, solo se acercaban al nido para dar envidia, pero nunca a menos de quince metros, exhibiendo las suculentas presas que comían en un risco cercano, todo para que viese de cerca como engullían los delicados bocados de carne fresca. La boca se le hacía agua. Su estómago no paraba de rugir y sus ojos suplicaban de pena, pero cuando veía desaparecer la última brizna de comida por la comisura del pico de sus padres el cielo se le caía encima, otro día más sin probar bocado, la tarde se le iba a hacer eterna y angustiosa. Y aún así el pánico a volar se sobreponía a aquella necesidad vital.

Pero en la mañana del quinto día de aquel caluroso mes de julio ocurrió algo inesperado que cambio el curso de su vida y la de todos los animales de la sierra de Sant Just.

Un chirriante ruido de cadenas de hierro los despertó alarmados. Kana y Kronn alzaron el vuelo inmediatamente “¿Qué era lo que provocaba semejante estruendo?” Cuando alcanzaron la altura suficiente para tener una perspectiva adecuada vieron como una enorme máquina amarilla avanzaba por la loma arrancando árboles y arrastrando piedras sin piedad. La cara de asombro y estupefacción de ambos no podía dar crédito a lo que estaban viendo. “¿Por qué venían los humanos ahora a destrozar la paz de la montaña? ¿No les bastaba con poseer la práctica totalidad de los valles? Ahora también querían apoderarse de la loma”. Lo peor era que la máquina se estaba acercando hacia la parte superior del acantilado justo encima del nido. Una enorme rabia se apoderó de los dos y hubieran deseado arrastrar por los pelos al hombre que conducía la máquina pero los cristales le protegían y aquel monstruo de acero, que con su enorme pala delantera arrasaba todo a su paso, les causaba demasiado pavor.

De repente se acordaron de que Kía corría peligro, en pocos minutos la máquina llegaría al borde e iba a volcar todo lo que arrastraba por delante pared abajo.

“Rápido tenemos que sacarla de allí como sea”.- “!Pero si no sabe volar¡”- “Hay que intentarlo o le aplastarán”.

Kía permanecía en su nido mirando con cara de asombro hacía el cielo. ¿Qué eran esos chirridos?¿Por qué bajaban sus padres en picado gritando hacia ella?.

“Kía tenemos que irnos ya, abre tus alas por favor”, pero Kía volvió a retraerse, pensando que esta era una nueva estratagema para animarla a saltar.

“Va en serio Kía, debemos de irnos van a destruir nuestro nido, tienes que apartarte de ahí”

Pero Kía bajaba la cabeza y apretaba cada vez con más fuerza las ramas del nido con sus garras.

“No va a servir de nada quedarte ahí, te aplastarán”

Cuando empezaron a caer las primeras piedras, Kía estaba más asustada que nunca y se había apretado contra la pared. Intentaba levantarse, pero el pánico se lo impedía, su cuerpo se había bloqueado por completo.

Caían piedras y ramas sin cesar, rebotando contra todos los salientes que al tiempo se astillaban en minúsculos proyectiles, algunos de los cuales rebotaban contra sus plumas. El cielo parecía una lluvia apocalíptica de tierra, polvo, guijarros y ramas, pero Kía prefería quedarse allí y no mirar.

De repente una enorme roca chocó contra el extremo saliente del nido y Kía salió despedida hacia el vacío.

“¡Abre las alas Kía, ahora!- gritó con fuerza su padre.

La joven águila se vio privada de la estabilidad del suelo, jamás había sentido esa falta de gravedad que te sube las entrañas hacia la boca del estómago y comenzó a caer dando vueltas entre rocas y maleza.

“Abre las alas Kía! Volvió a oír de su padre mientras se aceleraba hacia el abismo. Pero tal vez, como si su instinto de supervivencia tomara las riendas de la caótica situación, ante la falta de un control consciente, involuntariamente hizo ademán de extenderlas y la propia velocidad del aire hizo que las estirase al máximo y automáticamente comenzó a planear hacia el valle abierto dejando atrás la nube polvorienta que la había arrastrado.

Era una sensación extraña, las plumas de su pecho se pegaban contra su piel, el aire era más fresco de lo habitual. Los elementos del paisaje se movían a gran velocidad, pero aún así tenía miedo. Sus padres habían desaparecido y Kía solo miraba a un suelo que tarde o temprano llegaría a ella, porque en realidad no sabía remontar aprovechando las corrientes ni batir fuertemente las alas como les había visto hacer a ellos y percibía como poco a poco perdía altura. De repente a su lado apareció su madre, había descendido a toda velocidad para ayudarle a controlar el vuelo y a los pocos segundos su padre se colocó al otro lado. “Muy bien Kía, así se hace. Ahora tenemos que buscar un sitio para aterrizar. ¿Ves aquella enorme carrasca? Tienes que visualizarla e intentar que tus alas y tu cola te dirijan hacia ella.

“¿Y si no llego o me paso y caigo en el suelo? ¡Jamás podré volver a elevarme!”

“No te preocupes, todo saldrá bien” -intentó tranquilizar su madre.

Conforme se acercaban al suelo el nerviosismo ante no saber como actuar al llegar a las ramas de la enorme encina hacía que su cuerpo temblase desestabilizando aún más el vuelo. Su padre se adelantó para mostrar como se debía entrar hacía la parte superior del árbol y frenar en el momento preciso antes de apoyar las garras sobre una rama sólida. Su madre permanecía a su lado intentando tranquilizarle, dándole instrucciones en la medida de la posible, pero el mecanismo de aterrizaje se desencadenó al igual que había comenzado el accidentado vuelo. Su instinto volvió a tomar las riendas y apareció con el cuerpo totalmente tumbado y las alas abiertas sobre las hojas pinchudas de una gran rama. Parecía que hubiese querido abrazar todo el árbol fuertemente para no desprenderse de él nunca más.

El fortuito vuelo, aunque poco perfeccionado, había sido todo un éxito y sus padres respiraban aliviados. Kía tardó más de media hora en incorporarse y autoconvencerse de que había sido capaz de conseguirlo. Mejorar en ello iba a ser solo cuestión de tiempo.

Lo malo era que se habían quedado sin hogar y tendrían que cambiarse de valle. Aunque Kronn y Kana estaban felices de haber podido salvar a su hija, de vez en cuando soltaban un grito de protesta hacia las alturas contra esa máquina infernal que los había expulsado poniéndolos en peligro.

Aquella noche durmieron desterrados e intranquilos sobre la gran carrasca.

Ninguno sabía por aquel entonces qué era lo que realmente pretendían los humanos con aquellas obras. Kía no podía imaginarse que, seis meses más tarde, aquella limpia y pura loma iba a llenarse de enormes tubos de color blanco con una fantasmagórica estrella de tres puntas que no pararía nunca de girar a gran velocidad, provocando un ruido continuo que rompería el perfecto silencio reinante hasta entonces.

Parques eólicos en España | Imagen 23

Cambiaron de valle desplazados por aquella invasión eólica de múltiples artefactos, pero para Kía aquel sería ya siempre su hogar, el lugar donde vio las primeras luces del mundo, donde recibió el primer calor maternal y donde había disfrutado de la mejor casa que pudiera imaginar. Sus padres le prohibieron volver por allí, pero a ella le despertaba una curiosidad enorme saber donde había estado ubicado el nido donde nació y poder observarlo desde varios ángulos tal y como hacían sus padres cuando le llevaban comida.

Ahora, que ya empezaba a controlar el vuelo de forma autónoma permitiéndose el lujo de hacer vuelos rasantes contra los acantilados, deseaba ir a visitarlo a todas horas.

Lo tenía bien advertido, no podía separarse todavía de ellos, algún otro águila que viera invadido su territorio podría atacarle; cazadores que desearan trofeos en los comedores de sus casas o vieran competencia en las águilas como depredadores podían dispararle; coches en los caminos donde se cazan las culebras más gordas y los ardachos más brillantes podían atropellarle y miles y miles de peligros más que acechaban a los incautos como ella.

Pero Kía cada día se sentía más feliz y autónoma y estaba decidida a ampliar sus horizontes aprovechando el primer descuido que tuviese su madre y fingiendo ir a cazar un poco más allá tendría la excusa perfecta.

Se sentía pletórica cayendo en picado hacia el suelo en busca de alguna presa que a menudo se escapaba y ascendiendo de nuevo hacia el sol con los fuertes impulsos de sus enormes alas, planeando al atardecer, observando como caía la enorme bola de fuego anaranjada engullida por la montañas más lejanas. ¡Qué tonta había sido esperando tanto tiempo para saltar! Su padre tenía razón, volar era uno de los mayores placeres para un águila.

Lo tenía prohibido, pero tenía que ir a verlo, no sabía cómo de grandes eran aquellas máquinas blancas colocadas a pocos metros sobre su antiguo nido, tampoco sabía que aquellas hojas afiladas como uñas, que giran como turbinas infernales eran capaces de seccionar un tronco de pino con solo acariciarlo, ni que decenas de compañeros de vuelo, buitres, alimoches y búhos, estaban sucumbiendo en sus fauces atrapados por la corriente y las turbulencias que se generaban con aquellas puntiagudas palas.

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Pero ella quería probarlo todo, quería volar junto a ellos pasar al otro lado y volver a circular en sentido favorable del aire, podía esquivar todo lo que se pusiese por delante, había mejorado muchísimo la técnica de las acrobacias.

Pero ni en la peor de sus pesadillas podría haber soñado, que una vez que te ha tocado solo sientes un intenso escozor mientras pierdes la estabilidad y comienzas a caer formando tirabuzones imposibles de parar, por mucho intentes cualquiera de los consejos de vuelo que te han enseñado tus padres.

Tampoco imaginaba que el intenso dolor mareara tanto o más que el continuo giro incontrolado del paisaje, ni que en su último aliento vería la mano de un agente forestal levantando en el aire su ala seccionada, caída a pocos metros de ella después del tremendo golpe contra el suelo. Ella no sabía que se le nublaría la vista poco a poco mientras se ahogaban en su garganta estridentes gritos de angustia.

Luis Torrijo

jueves, 14 de marzo de 2013

EL ENEBRO BAJO LA NIEVE

Las plantas se ven sometidas a multitud de presiones ambientales desde el medio físico.

Las más son inapreciables al ojo humano. Forman parte de las exigencias funcionales para soportar una elevada o una deficiente concentración de algún nutriente. Han sido resueltas a lo largo del miles y miles de años por los vegetales, cada cual a su modo, mediante un repertorio de adaptaciones fisiológicas.

Sin embargo, hay algunos factores abióticos que ejercen presiones fáciles de apreciar.

El enebro común es un arbusto, en ocasiones arbolillo, de tronco erguido y algo ramificado, que tiene una hoja acicular con una línea blanca central y que reúne a sus semillas en el interior de un esférico gálbulo de color azul violáceo. Tiene una forma variable, a veces muy columnar ….

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en otras más ensanchado cerca del suelo y progresivamente apuntado en su copa….

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Las numerosas ramillas, que crecen casi verticales, mantienen multitud de cortas y recias acículas cuyo conjunto forma una auténtica fortaleza. Esta espesura de hojas punzantes disuade a muchos herbívoros el mordisqueo de sus ramas (¡con el tiempo que les ha llevado su crecimiento!), cierra con eficacia el paso del viento a su interior y, dirige la caída de las propias acículas para que se concentren en torno al tronco, concentrando así la acumulación de humus y, por tanto, garantizando para una mayor retención hídrica.

Los enebros, como las sabinas y los pinos, son plantas muy austeras. Son capaces de vivir sobre suelos pobres y degradados, bajo condiciones de escasas precipitaciones, intensa iluminación y vientos permanentes. En la península Ibérica tuvieron varias épocas de esplendor a lo largo del final del Cuaternario durante las glaciaciones, episodios en los que el clima se hizo muy frío y seco en la mayor parte de su interior gozando de hegemonía al quedar recluidas los árboles y arbustos planifolios a los valles abrigados próximos al litoral.

Los enebros y las sabinas soportan bien los ambientes de acusada continentalidad. Aquellos en los que carrascas, robles marcescentes e incluso pinos, eluden por su sequedad, por la presencia de vientos desecantes, de oscilaciones e inversiones térmicas, así como por sus suelos en exceso permeables, poco estructurados y rocosos. Son unos auténticos espartanos. En la actualidad estas cupresáceas encuentran ambientes apropiados en las altas montañas del interior de la península escasamente beneficiadas por las masas de aire húmedo procedentes del litoral. Tienen su óptimo en los altos páramos de la cordillera Ibérica. Buenos ejemplos son los sabinares y enebrales de Burgos, Soria, las parameras de Molina o las sierras de Javalambre.

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Sin embargo, uno tiende a pensar que un mayor aporte hídrico siempre favorecerá a estas austeras plantas, como el enebro común. Pero pronto se comprende que no siempre es así ya que también beneficiará a los árboles planifolios, de hoja perenne o caduca, mejor preparados y frente a los que se encuentran en desventaja funcional.

Parece sorprendente la selección de los enebros por las solanas y las crestas venteadas. El pasado domingo encontré una posible explicación.

Recorríamos el barranco de La Riera de Olalla. La noche del jueves anterior el frente había dejado una nevada de unos veinticinco centímetros de tal modo que, a pesar del ascenso de temperaturas de la tarde del viernes y, sobre todo, del sábado, recorrer aquellos montes era un hundirse en la nieve a cada paso dado.

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En la parte baja de una inclinada encontré este enebro.

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El peso de la nieve acumulada entre sus acículas doblaba completamente el tallo. Su elasticidad le permitía con dificultad el no quebrarse. No muy lejos, bajo la nieve, se apreciaban grandes ramas de enebro que se habían desgajado por completo. Ahora comprendo la causa de la existencia de ramas rotas y secas al pie de muchos de estos arbolillos en estas montañas.

Se comprende que la nieve es un meteoro muy beneficioso para los árboles y arbustos. A diferencia de la lluvia, sobre todo la torrencial, la lenta fusión favorece que las aguas se infiltren recargándose los acuíferos y garantizando su aprovechamiento por la vegetación. Año de nieves, año de bienes.

Pero las nevadas, aún sin ser muy copiosas como la comentada, suponen un factor selectivo para las plantas leñosas. Soportar varios kilos de nieve sobre las delgadas ramas no resulta fácil. Y si esa nieve permanece varios días, como ocurre en las umbrías donde la iluminación es reducida, sobre todo durante los meses invernales, las posibilidades de que las ramas se quiebren se multiplican.

Estos enebros de Olalla, su crecimiento en umbría les deparó buenos momentos durante aquellos veranos de intensa sequía. El agua retenida entre las arcillas de su empinada ladera les aseguró sobrellevar el acusado estrés hídrico, a diferencia de los enebros que crecían en la ladera de solana. Sin embargo, quien lo iba a pensar, estas nieves marcinas les han supuesto un serio trauma.

Y es que, como a menudo les decimos a aquellos niños que no se cansan de pedir:

“Uno quiere todo … y todo no puede ser”

Las luces y las sombras, las virtudes y los defectos, los beneficios y los perjuicios … siempre van repartidos.

lunes, 11 de marzo de 2013

CRÓNICA DE UN ATASCO GRULLERO …. Y DE UNA SORPRESA CANADIENSE

El uso de la laguna de Gallocanta por la grulla común durante sus viajes migratorios y como zona de invernada se remonta a finales de la década de los setenta del siglo pasado tras la puesta en marcha de la primeras medidas conservacionistas encaminadas a regular la caza en este humedal aragonés.

Desde entonces, la población invernante y las concentraciones de grullas durante los pasos migratorios se ha incrementado de un modo regular a la vez que ha ido creciendo el efectivo de la población occidental, la que inverna en la península Ibérica, consecuencia del marco de protección que goza en los diferentes países europeos.

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En paralelo, el Gobierno de Aragón lleva años aplicando unas medidas agroambientales consistentes en abonar a los agricultores el gasto de sobresiembra necesario que compense por las semillas que comen las grullas en las sementeras. Al mismo tiempo, se puso en programa de censos periódicos a lo largo del otoño y el invierno para estimar su población mediante censos semanales.

Desde hace una docena de años, naturalistas de la Asociación de Amigos de Gallocanta están estudiando de un modo individualizado la migración de la grulla en Gallocanta mediante una sistemática lectura a distancia de los ejemplares marcados con anillas de colores aportando cuantiosa información a las bases de datos europeas.

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La grulla común está presente en la laguna de Gallocanta desde mediados de octubre hasta mitad de marzo.

El paso migratorio postnupcial es muy dilatado ya que estas aves realizan paradas en diferentes humedales de Alemania y Francia, para la población europea occidental donde permanecen alimentándose en periodos de duración variable antes de llegar al sur de la península Ibérica. Los censos arrojan máximos que no suelen superar las 30.000 aves.

Durante el periodo de invernada, comprendido entre la tercera semana de diciembre y primeros de febrero, el efectivo en Gallocanta alcanza los valores mínimos, comprendidos entre 5.000 y 12.000 ejemplares.

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En adelante y hasta mitad de marzo se produce el paso prenupcial, con una duración algo más breve. A lo largo del mismo se observa un incremento en el efectivo que se debe a las grullas que retornan a las zonas de nidificación, con máximos que suelen superar los 40.000 aves pero que, según la meteorología, ocasionalmente puede ser muy superiores.

Como así ha ocurrido este año.

El paso postnupcial consistió en un flujo bastante regular con efectivos comprendidos entre los 15.000 y los 35.000. Los registros de invernada han sido los habituales (5.000-15.000), tal vez subestimados por la entrada de noche al dormidero de aquellas que se alimentan en la zona de Villafranca del Campo y Villarquemado.

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A pesar de no ser un invierno muy benigno, el paso prenupcial comenzó pronto. El día 10 de febrero partieron 20.000 grullas. Cuatro días después fueron censadas 33.959 ejemplares resultado de las invernantes en Gallocanta y las cerca de 40.000 aves que fueron llegando en esos días desde el sur peninsular de un modo regular, compensadas por algunas que siguieron marchando.

El censo oficial del viernes 21, un día de mal tiempo, aportó un registro de 15.785. Esa noche cayó un copiosa nevada en buena parte de la cordillera Ibérica cubriéndose de nieve los campos de la cuenca de Gallocanta y del Jiloca.

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La semana siguiente se produjo una circunstancia singular. En Extremadura entraban vientos del oeste, favorables para la migración, lo que movilizó miles de grullas hacia Aragón. En Gallocanta, por el contrario, entraban vientos fríos del norte que aportaron nubes, discretas nevadas durante varios días y temperaturas bajas.

Comenzó el atasco grullero.

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Campos nevados, cielos cubiertos y un dormidero que crecía día a día.

El jueves la concentración era impresionante, pero no había datos.

Foto: ¡Ah! De las 71.000 que marcharon ayer, ¡58.000 llegaron de noche a la Reserva de Arjuzanx! Han cruzado Pirineos, buen tiempo y buen viento... ¡Buen viaje!<br /><br />Estas siguen por aquí. Gracias a nuestros Amigos, que han pasado bastante frío contemplando a nuestras chicas, leyendo 34 anillas con este día tempestuoso y por los que tenemos información tan valiosa. ¡Gracias!<br /><br />Foto: Felipe Rosado Romero

La mañana del día 27 fue fresca (2ºC), con algo niebla en Peñaltilla, con alguna breve rayada de sol y viento del suroeste, el que les gusta a las grullas por estas fechas. Un contingente de 70.827 aves agrupadas en múltiples bandadas comenzó a las 10 h. 2’ a coger altura sobre la laguna. A las 10 h. 50’ pasaban por Ricla (Valdejalón).

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Tomaron, pues, dirección norte, como pudieron comprobar los ornitólogos zaragozanos y los de la Plana de Uesca que, en esta ocasión, no llegaron a verlas pasar por la ciudad ni descansando en el embalse de Sotonera. Debieron cruzar por el Pirineo Navarro. Ese día llegaron 58.000 grullas a los humedales de Arjuzanx (Aquitania) mientras que otras 14.000 continuaron por el pasillo central que emplean las aves en el interior de Francia.

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Otras muchas grullas permanecieron en Gallocanta. Pero … ¿cuántas?

Ahí estaban los Grulleros del Jiloca.

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El día 28 pasaron más de 12.000 grullas por Monreal del Campo a comer en los campos de Villafranca y del entorno de la laguna de El Cañizar (Villarquemado-Cella).

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Unas 4.000 estuvieron comiendo en el carrascal de Fuentes Claras y unas 1.500 en los de Berrueco-Gallocanta.

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Una particularidad de esta invernada ha sido la abundante producción de bellota en esta parte de la cordillera Ibérica, como ya se comentó en esta bitácora. Este año es el primero conocido en el que las grullas han aprovechado de forma generalizada estos frutos en nuestras comarcas, como resulta habitual en el sur peninsular.

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El resto de las grullas bajaron al Jiloca medio, a los llanos de Used y a otros campos del entorno de la cuenca endorreica.

Ese día hubo censo. Era un día difícil, con viento, poca luz y también lluvia. Fueron censadas 64.700 grullas. Un registro notable. Y hay que tener en cuenta que no fueron contadas varios miles que entraron de noche al dormidero.

Conclusión. Unas 135.000 grullas durmieron en Gallocanta la noche del 26 al 27 de febrero. Esta cifra supera de largo el máximo registro de Gallocanta que tuvo lugar el 24 de febrero de 2011. Si se estima que la población invernante en la península Ibérica es de 230.000 grullas, Gallocanta ha concentrado al 60% del total en un mismo día. Un contundente dato a considerar al valorar la importancia de este humedal para la especie.

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Los días 28 de febrero y 1 de marzo no hubo salida de grullas hacia el norte desde la laguna, sin embargo continuó la entrada desde el suroeste peninsular (4.000-5.000).

El día 2 de marzo amaneció soleado y sin viento. Por la mañana migraron 56.236 grullas y se quedaron otras 20.000 en Gallocanta.

Si un bando era grande …..

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… el siguiente lo superaba …

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… y les seguían  todavía más …

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Múltiples bandos en forma de V que se conectaban formando múltiples Ws … 

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y auténticos acordeones…

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El día 3, aprovechando el viento del suroeste se marcharon otras 16.000 grullas quedando unas 7.000 en la zona por la tarde.

Por último, el día 4 tomaron ruta hacia el septentrión otras 5.000 grullas.

Se observa que en estas fechas más tardanas la proporción de pollos nacidos el año pasado es muy alta. La inquietud de los adultos, con pautas reproductoras y de exclusión hacia la cría, es manifiesta lo que se traduce en una cierta prisa por volver a los territorios de nidificación.

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Pero el paso prenupcial de este año también ha sido singular por otro hecho.

El domingo 24 de febrero el ornitólogo extremeño José Ángel Sánchez González observó un ejemplar grulla canadiense entre los miles y miles que campeaban por los prados y campos de Gallocanta. Tenía unas plumas secundarias y terciarias blancas.

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Esta observación era la primera cita para la especie en Aragón y la segunda en España. Es probable que se trate del mismo individuo que fue observado en Extremadura el año pasado. Se trataría entonces de un ejemplar que pudo alejarse del área de distribución propia de la especie en su segundo año y que se encontraría en la actualidad en su tercer año. Es decir, un inmaduro.

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Sobre esta observación puede encontrarse más información en el blog de SEO-Teruel.

Al mediodía se aportó esta observación a las páginas web “Rare Birds in Spain” y “Reservoir Birds of Paleartic”. Y a continuación se pusieron en marcha hacia Gallocanta numerosos coleccionistas de rarezas ornitológicas (bimberos, en el argot ornitológico) de distintos puntos de la península. Los primeros, bien orientados por Grulleros del Jiloca, tuvieron suerte, mientras que los que a partir del miércoles 27, al perderse su pista, se quedaron sin su añorada cita …. pero a cambio no olvidarán el increíble espectáculo de varias docenas miles de grullas junto a la laguna de Gallocanta.

Atasco grullero 2013 a

Antonio Torrijo, Felipe Rosado y Chabier de Jaime

sábado, 9 de marzo de 2013

EL INCENDIO DE LAGUERUELA

Históricamente, la Comarca del Jiloca ha sufrido, al igual que otras muchas de Aragón, los efectos de las Grandes Incendios Forestales (GIF). Es la Sierra de Fonfría-Segura de Baños, por su gran continuidad forestal, donde se sucedieron los mayores incendios. Por su magnitud destacan:

El incendio de Salcedillo, se produjo el 7 de julio de 1982 por causa de un rayo, afectó a 600 ha.

El de Allueva , que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1984 por influencia de líneas eléctricas, quemó 767 ha.

Y el de Cutanda, que a causa de una quema agrícola,afectó a 110 ha el 12 de marzo 2005.

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Figura1. Mapa general de incendios históricos en Aragón y, en concreto, de la Sierra de Fonfría- Segura de Baños

En buena parte de la Ibérica Turolense, los grandes incendios forestales vienen acompañados de unas condiciones meteorológicas concretas. Son las situaciones sinópticas del SO las que traen a menudo vientos secos y recalentados, acompañados en ocasiones con tormentas eléctricas y generando los peores episodios de incendios forestales, por magnitud y/o simultaneidad.

A nivel estatal, el año 2012 registra las peores estadísticas del último decenio en cuanto a superficie forestal quemada, siendo el arco mediterráneo la región más afectada.

image Figura 2. Evolución de la superficie forestal quemada en el período 2001-2012. Fuente: Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente

Aragón también sufrió grandes incendios forestales el pasado 2012; Montanuy, Valpalmas o Calcena y otros muy próximos a la Comunidad, como Andilla (V) o Chequilla (Gu).

El día 13 de julio en el Jiloca se registra el mayor incendio desde el año 2005. Se originó en los campos de cereal entre Lagueruela y Collados, en el paraje de “La Tonda” y justo al pie de la Sierra de Pelarda. En total afectó un total de 223 ha de las cuales sólo 20 eran forestales.

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Figura 3. Vista del flanco derecho y su apertura con viento variable S-SW. Al fondo estepares y pinar de Pelarda

Los medios de extinción, la maquinaria agrícola y la variación de la componente de viento evitaron que el incendio atravesara la carretera que une Collados y Lagueruela y propagase en dirección a la sierra, con una superficie potencial susceptible de ser quemada de más de 15.000 ha forestales.

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Figura 4. Vista desde el N del flanco derecho a la altura de la carretera de La Tonda

En su extinción participaron, entre otros medios, varios helicópteros que cargaban el agua en la Fuente de los Caños de Olalla. Esta balsa se halla junto una dehesa de chopos cabeceros que, afortunadamente, habían sido escamondados el invierno anterior, lo que posibilitó su uso por estos vehículos. Esta circunstancia resultó de gran utilidad por la cercanía entre el punto de agua y el incendio ya que de otro modo hubiera tenido que tomarse el agua en la balsa de Cucalón.

Se adjunta un vídeo con imágenes de la operación de carga.

Imagen: Miguel Á. Gimeno

Miguel Ángel Lázaro Palacios