Hace poco más de trescientos años, buena parte de la llanura de inundación del río Jiloca sería un conjunto de prados y sotos comunales donde pacían los ganados de los pueblos. El crecimiento demográfico, los avances técnicos y los episodios de empobrecimiento asociados a las guerras, aceleraron su transformación en tierras de labor y su privatización. Emilio Benedicto estudió el caso en los prados de Gascones y Entrambasaguas, entre Calamocha y Luco de Jiloca.
Estos ambientes de prados funcionarían como un extenso, discontinuo y alargado humedal, en donde el ser humano cultivaría las terrazas fluviales más altas y reservaría para el aprovechamiento ganadero las zonas con el freático más alto y más susceptibles de inundarse durante las esporádicas avenidas del Jiloca. Estos ecosistemas palustres conectarían las lagunas endorreicas de El Cañizar de Cella-Villarquemado y de Alba con las de la Comunidad de Calatayud. Un paisaje bien distinto del actual.
Algunos de estos prados han resultado de muy difícil drenaje por aflorar el freático, como ocurre en El Salobral (Calamocha).
Otras son zonas de descarga de los acuíferos en forma de manantiales (Ojos de Monreal, Caminreal, Fuentes Claras).
El resto son tierras de cultivo, la huerta del Jiloca, surcadas por una red de grandes acequias, llamados ríos por ser indistinguibles del Jiloca (conocido como río Madre).
Desde ellos surgen unas acequias menores que sirven para la distribución del agua hacia las fincas. Y, por último, una serie de drenajes y sobraderos que devolvían el agua a los primeros.
La presión agrícola arrinconó los últimos sotos de sargatillos, sabimbres y chopos a las mismas orillas de las fincas …
mientras que las acequias y drenajes funcionaban como estrechos carrizales que conectaban unos y otros cursos de aguas.
La tarde del jueves dimos un corto paseo por la ribera del Jiloca, entre el puente Ratero y el Codujón. Queríamos ver si volvíamos a ver el martín pescador, cada vez más escaso y localizado en la zona. Y de paso, pajarear un poco para ver si salía alguna novedad para la lista de El Gran Año-Teruel. Ni rastro del pequeño pescador aunque si que pudimos disfrutar de la cercana presencia de un joven cormorán grande mientras se acicalaba el plumaje en la ribera. Algunos pescadores sugieren que una la regresión del martín pescador puede verse favorecida por la expansión de los cormoranes. No sabemos.
Caía la tarde. Y recorrimos un tramo en el que durante dos años mantuvimos una estación de anillamiento de aves de esfuerzo constante. Y recordamos, los buenos ratos pasados con aquellos chavales de Instituto y las pocas aves que encontraban hábitat apropiado en estos mínimos sotos durante la invernada. Igual que ahora.
Pero, en la hilada de carrizo del drenaje, ahí estaban.
Hembra de escribano palustre. Foto: Rodrigo Pérez
Un bando de escribanos palustres, los más jóvenes y hembras, pero también algún macho en el que asomaba su plumaje nupcial, recorría el estrecho cañar del reguero . Inquietos, se movían por las ramas de un viejo membrillero. Bajaban al suelo del rastrojo de panizo buscando las últimas semillas antes de que se echara la noche.
Macho de escribano palustre. Foto: Rodrigo Pérez
El escribano palustre es un reproductor muy escaso en la península Ibérica restringido a unos pocos humedales del litoral cantábrico, mediterráneo, valle del Ebro y La Mancha. Ni en el Jiloca ni en Gallocanta ni en El Cañizar se tienen noticias de su nidificación.
Sin embargo, en la península Ibérica es un invernante común seleccionando ambientes abiertos de riberas y humedales intercalados con cultivos de regadío y cultivos desarbolados. Precisamente el hábitat de la vega del Jiloca.
Escribano palustre hembra. Foto: Rodrigo Pérez
La invernada de este emberícido es bien conocida por ser un ave habitual en los carrizales, ambientes muy prospectados mediante el anillamiento y por tanto, para la que abundan las recuperaciones. El origen de los ejemplares invernantes se reparte en dos zonas del centro y norte de Europa. Las que lo hacen en la cornisa cantábrica y en Meseta castellana provienen de la Europa continental atlántica y Escandinavia mientras que las que arriban a la vertiente mediterránea suelen proceder de la Europa Central.
Suponemos que la comarca del Jiloca, situada entre ambas regiones, será un territorio de transición. Los que marcamos en los Ojos de La Rifa, en Caminreal, no nos proporcionaron ninguna recuperación.
La alimentación invernal ha sido estudiada en Europa central. Se basa en semillas de especies anuales que permanecen en la superficie del suelo de los rastrojos y pastizales.
No se sabe mucho de la evolución de sus poblaciones que dependen de la conservación de su hábitat tanto en las zonas de nidificación como en las de invernada. Al parecer, la pérdida de humedales y la intensificación agrícola en Europa puede estar detrás de su moderado declive. En nuestro ámbito, el entubamiento de acequias de riego y la quema sistemática de los carrizales en drenajes y sotos puede que le esté perjudicando.
En el valle del Jiloca durante el día suele verse formando pequeños grupos en los campos de regadío, a veces, intercalado con otros de gorrión molinero. Al atardecer, se agrupan en los carrizales en donde forma discretos dormideros. Sus efectivos son muy variables, dependiendo de las condiciones climáticas y, de la disposición de alimento, presentando muy poca fidelidad a los territorios de invernada.
Estas poblaciones invernantes de escribano palustre que vemos estos días en huertas y carrizales son, en definitiva, son las descendientes de aquellas que lo hicieron en aquellos prados y sotos hoy casi perdidos. Son una prueba de la historia ecológica del territorio.