Tarde de agosto en Santa Cruz de Nogueras. El pueblo mantiene el ritmo estival. Los ancianos se solean cuando el sol cae vencido. Las hierbas que crecen en los eriales y en las cunetas hace semanas que se han secado, al menos los extremos aéreos. Pero no todas.
En medio del pueblo hay un pequeño solar, en talud con respecto a la encementada calle. Alguno ha dejado abandonados unos escombros y no se sabe cómo han llegado allí algunos pequeños desperdicios. Pero casi no se ven. Una alfombra verde formada por unas ásperas hojas de forma triangular tapiza el suelo ofreciendo una nota de frescura en los tonos pajizos de la avena loca, la espiguilla y la malva, todas más secas que el tasturro.
Es el pepinillo del diablo (Ecballium elaterium).
Se trata de una planta herbácea pero plurianual que mantiene bajo tierra sus tallos en forma de tubérculos durante el invierno.
Entre las hojas asoman unos frutos alargados, igualmente hinchados, espinosos y carnosos, de entre cuatro y cinco centímetros de longitud, soportados por largos pedúnculos. Algunos lo han perdido ya, manteniéndose enhiestos y sin función.
Y, sobre el conjunto de hojas, se observan una serie de oscuras pepitas retenidas sobre los ásperos limbos. Las semillas salen violentamente al desprenderse los frutos. Provocar la liberación de estos proyectiles en los frutos maduros es un espectáculo del final del verano. Aunque conviene ir con cuidado. Es un buen ejemplo de autocoria.
Es una planta propia de los herbazales hipernitrófilos por influencia humana o del ganado. Crece en los márgenes de caminos, en ejidos, en solares, en pasos de ganado y sobre escombreras.
Hay dos hechos que me llaman la atención.
Por un lado, se pregunta uno de dónde conseguirá el agua que requiere esta jugosa planta parar mantener verdes y tiernas tal cantidad de hojas. Precisamente en una época en la que prácticamente se han agotado las reservas hídricas del suelo y en la que la mayor planta de las herbáceas están secas. Solo puede explicarse por la presencia de un extensísimo sistema de raíces y de la disposición de mucho terreno. Igual que los melones que se cultivan en secano.
Por otro, resulta sorprendente la extensión de estas plantas vivaces en el centro de un pueblo. Nos habla de lo poco pisoteado que está el solar. Cada vez los niños salen menos de las calles encementadas. Cada vez los viejos se aventuran menos en los solares. Cada vez hay menos pies que recorran los rincones en estos pequeños pueblos.
Los pepinillos del diablo se consolidan en estos difíciles territorios.