Viernes por la tarde. Me voy a la huerta de El Codujón a cavar hoyos en la orilla de los ríos para plantar unos chopos este invierno. Cruzo el río de Las Monjas. Está seco. Algo había oído. Días antes me comentaron que la Comunidad de Regantes estaba de obras en esta acequia para tapar un agujero por donde se escapa el agua. Me fijo un poco y encuentro el cauce sin agua. Agua abajo del puente.
Cascotes de obra donde circula con fuerza la corriente (¡la de escombros que acabarán en el río!) y limos ricos en materia orgánica donde la pierde, parcialmente colonizados por las plantas acuáticas (helófitos).
Y aguas arriba.
Ya puede verse que el río Las Monjas es, en realidad, una acequia con taludes encementados. Y a veces el propio lecho.
Bajo del coche y me asomo sobre el puente. Peces muertos ...
Docenas y docenas de peces muertos sobre el lecho del río.
Sobre todo, samarugos y madrillas. También alguna trucha. No llevaban muertos muchas horas.
Al otro lado del puente quedaban varias pozas. En una de ellas, la más cercana al puente y que estaba aislada por montones de charáceas, se movía algo se movía dentro del agua.
Había peces vivos. Algo se podía hacer.
Le llamé a Rodrigo para exponerle lo que había. Decidimos coger los peces que pudiéramos de esas pozas. Más no se podía hacer. Caía la tarde y son más de tres kilómetros de acequia sin agua. El daño estaba hecho, rescatar unos peces más o menos no era más que un voluntarioso parche. Pero, ¿por qué centrar el interés en los peces? ¿Y las plantas acuáticas? ¿Y las gambas de agua? ¿Y los caracoles acuáticos? Todos tienen su papel y su importancia.
Se trataba de hacer un aprovechamiento didáctico de esta situación. Podía servir para conocer las especies de peces y sus requerimientos, debatir sobre la gestión de las acequias y ríos, así como para intentar reproducir el ambiente en el que viven y, ¿por qué no? verlos de cerca. Porque muchas veces lo que no se ve no se conoce, y lo que no se conoce no existe. Era una oportunidad ... y un riesgo. Y eso mismo ocurrió.
Me fui a casa a por un par de pozales y unas botas de goma. Y después al instituto a por un cazamariposas. Le pedí a Conchi, nuestra conserje de tardes, que me ayudara a llenar el acuario que tenemos en el laboratorio. Como todos los años, en verano se seca, pero luego echamos agua para
estudiar cómo los invertebrados y organismos microscópicos (algas y protozoos) vuelven a proliferar.
Ahora mismo estaba justo en la fase de emergencia de ostrácodos y pulgas de agua, los invertebrados
más numerosos. Un ecosistema en acción bajo la atenta mirada de nuestros
alumnos al microscopio y lupa binocular.
Una vez en marcha el operativo volvimos al río. Con el cazamariposas comenzamos a sacar peces ...
que recogíamos en un pequeño pozal ...
del que fueron pasando a otro grande bien lleno de agua.
Dimos muchos repasos con la manga hasta sacar todos los peces que se pudo. Después nos acercamos a la poza cercana, mucho más grande. Sorprendentemente no había peces.
Volvimos al IES. En el río se quedaban cientos de peces muertos y otros tantos, que en breve, lo iban a estar también. Y miles de gambas de agua, de protozoos, de caracolillos acuáticos, de plantas acuáticas ....
Llegamos al laboratorio del Instituto. El acuario ya estaba al tope de su capacidad (120 litros). Fuimos soltando peces. Casi no se les veía por la gran turbidez del agua. Como veíamos que podían ser muchos los peces que traíamos para ese acuario, otros los devolvimos al río Jiloca.
Por separado, Rodrigo y yo, aún volvimos al laboratorio esa misma tarde de viernes. El agua seguía turbia. Los peces se intuían. Pero mucho mucho, no se movían. Traían del río un buen estrés y posiblemente malas condiciones de salud. El acuario era una poza un poco rara de paredes de vidrio.
Y nos fuimos a casa. Empezamos a darle vueltas en la cabeza al asunto de los peces. En seguida pensamos que habíamos usado agua del grifo, agua clorada, que no es la muy favorable para la fauna acuática. Por otra parte, el acuario carecía de bomba de oxigenación. Cierto que casi no había materia orgánica a descomponer. Pero había bastantes peces, casi de más, y alguno empezaba a morirse. Los peces irían agotando el oxígeno disuelto en el agua vertida en el recipiente. La pregunta era hasta cuándo podrían aguantar. Nos preocupaba también la temperatura del agua pues no era conveniente que superara la del río. Si no había remoción de las aguas u oxigenación, al menos que fuera lo más fresca posible, pues la oxigenación aumenta a temperaturas bajas. Afortunadamente para los peces, que no para nuestro alumnado, el laboratorio de Biología y Geología es la estancia más fría del IES.
Sábado y domingo cerrado, esperamos hasta el lunes con inquietud. En paralelo, se nos ocurrían numerosas ideas para aprovechar un recurso educativo tan excepcional. Era muy estimulante.
El lunes, nada más llegar, subimos al laboratorio. Todo estaba bien. Los peces estaban activos y se podían ver a pesar de la turbidez del agua. La cosa funcionaba. Algunos habían muerto, quizás alguno de los que se encontraban peor en el río,
aquellos que menos habían resistido el cambio de ambiente o los menos
tolerantes a las variaciones de oxígeno en el medio. La selección natural tan
explicada en las clases teóricas ahora en acción.
Fuimos visitando el acuario con los chavales. En seguida distinguieron dos especies de peces. Unos, los más abundantes, tenían dos barbas carnosas, boca ínfera y unas manchas oscuras y redondeadas en los flancos. Eran lo que aquí se conoce como samarugos y que en los libros llaman gobio (
Gobio gobio). Nada que ver con lo que en Valencia y en los libros llaman
samaruc (
Valencia hispanica), un endemismo propio de las marjales y lagunas perilitorales valencianas. El gobio, nuestro samarugo, es un pez propio de ríos con lechos blandos en donde se alimenta de larvas de insectos, crustáceos y moluscos. Es indicador de aguas de calidad y con una corriente moderada aunque puede vivir en cuerpos de agua cerrados, como pozas aisladas por estiaje. Es una especie que de forma natural parece presentarse solo en las cuencas del Ebro y del Bidasoa, aunque ha sido introducida con éxito en otros muchos ríos de la península Ibérica. Está presente en todos los países de la Unión Europea.
Pero también había madrillas (Chondrostoma miegii).
La madrilla es también un pez de la familia de los ciprínidos. Tiene el cuerpo alargado, cabeza pequeña, ausencia de barbillas y boca ínfera. Es una especie propia de las corrientes de agua aunque puede sobrevivir en aguas remansadas. Es un endemismo ibérico que resulta propio de la cuenca del Ebro y de algunos ríos del País Vasco que desembocan en el Cantábrico y de otros de Cataluña que no pertenecen al Ebro.
Y ambos se alimentan principalmente de invertebrados acuáticos,
así que los ostrácodos y pulgas de agua que justo estábamos viendo con los
alumnos de bachillerato esos días les llegó una compañía que no esperaban. Las
redes tróficas de la teoría ahora eran vistas también en la práctica.
Llegó el martes. Tres grandes gobios aparecieron tripa arriba. Los recogimos y los estudiamos. Nos sorprendió pues esta especie es más tolerante a las aguas tranquilas que la madrilla. No supimos explicarlo. Nuevos grupos estuvieron viendo el acuario. Estuvimos hablando de samarugos y madrillas, de ríos y acequias, de la gestión del agua y su impacto ambiental ... de lo que ocurre cuando no nos enteramos. El resto de los peces parecían estar bien, al menos mejor que en la poza de donde los recogimos ... pero no podía durar. Esa mañana habíamos ido a comprar una bomba de aireación a una tienda local, pero no había. En los pueblos no es fácil adquirir ciertos productos. Y no había indicio de cuándo iba a llegar.
Esa tarde tenía que ir a realizar unas gestiones a Teruel. Compramos la bomba allí y la instalamos antes de la noche. ¡Qué alegría ver burbujear el aire dentro del agua!
La sorpresa vino al día siguiente. De primeras, todos los peces estaban vivos. Pero ... demasiado vivos. Ante nosotros vimos como algunos saltaban fuera del agua. Todos mostraban mucha actividad. Alguno salió fuera del acuario y tuvimos que recogerlo del suelo para volverlo al agua. Cubrimos el acuario con un tapadera de red metálica y malla fina que encaja en el recipiente.
¿Qué es lo que pasaba? Pues lo mismo que cuando se encierra en una jaula a un gorrión o a un cardelino. Estrés. Y necesidad de escapar. Estaba claro que los peces no iban a poder soportar en el acuario aún cuando las condiciones ecológicas fueran apropiadas. Algo imposible, por otra parte, en peces de corriente. Ni debíamos hacerlo privando de libertad a animales silvestres, ni siquiera por un interés educativo. Nos daba pena admitirlo pero no había otra opción.
Fuimos vaciando el acuario mientras con el cazamariposas recogíamos los peces. Los llevamos al río esa misma tarde de miércoles. Algunos peces pequeños se enterraron en el limo del fondo del acuario y no pudimos cogerlos. Al final quedaron varios litros de agua en el acuario. En días posteriores hemos ido recogiendo los peces que quedaban. No resultan fáciles de atrapar. Poco a poco los hemos ido cogiendo y soltando en el río. Otros se han muerto, y otros resisten. ¡Son sorprendentes, tan delicados y tan resistentes!
Al final, como tantas veces ocurre, persigues unos fines y acabas consiguiendo otros.
Rodrigo Pérez y Chabier de Jaime